Opinión
Por
  • FERNANDO JÁUREGUI

Sin Anguita y Genovés nos quedamos sin abrazo, sin programa

Un día después de golpear mis recuerdos con la muerte de Juan Genovés, a quien conocí allá por los tiempos en los que coqueteaba con la idea de hacer la carrera de Bellas Artes, nos anuncian que ha fallecido en su queridísima Córdoba Julio Anguita. Escribí, con él, un libro que era en realidad una larga entrevista con quien fue alcalde de Córdoba y luego coordinador de Izquierda Unida y secretario general del Partido Comunista. Le aprecié mucho, aunque le entendía poco. Ahora sí que ha terminado de dinamitarse aquella transición, que desde el año 78 había sobrevivido, a duras penas, hasta la Gran Ruptura de este 2020 "horribilis". Nos hemos quedado sin abrazos y sin "programa, programa, programa".

Y ahora ¿a dónde vamos? Genovés y Anguita representaron, cada uno a su modo, dos maneras profundas de vivir la izquierda. Con todos los claroscuros que usted quiera, pero con la honradez por señera. El pintor hizo célebre su cuadro "el abrazo", ante el que paso cada vez que deambulo (deambulaba; ahora no se permite) por los pasillos del Congreso. Representaba el acercamiento entre las dos Españas machadianas, la vencedora y la vencida. De Anguita recordamos muchas cosas, pero destaca su frase exigiendo "programa, programa, programa", o sea rigor, a cuantos con él quisieran negociar. Ambos llenaron una época. Y ahora, aquí estamos. La política de este país prohíbe los abrazos -no son frecuentes, ni aun cuando estábamos libres del virus- y traiciona constantemente los programas. No existen. Lo que ayer era válido y se llamaba "digo", hoy está olvidado y es "Diego". O daga. O dogo. Mire usted, ya que hablamos de la izquierda, el caso de Pablo Iglesias, sin ir más lejos, ahora que anda de reelección segura. Supongo que Pablo Iglesias, cuya cultura sin duda se extienda más allá de los confines que él se impone, conoce bien la máxima ignaciana: "En tiempos de crisis, no hacer mudanza". Ahora, la verdad es que Iglesias pretende precisamente que "rebus sic stantibus", que las cosas se queden como están, en su partido, bajo su dirección, casi sin limitación de tiempo (no como predicaba en otros tiempos, valga la redundancia). "En época de crisis, si me va bien, que nada cambie, ni siquiera para que todo siga igual", parece su adaptación al lema del de Loyola. Cuando pisas la alfombra roja, que la mudanza la haga su abuela. Para ser anguitiano, a Iglesias le falta la coherencia casi convertida en cerrazón, la patente austeridad. El horror al trapecio. Y le sobra ambición personal -la de Anguita era, de veras, transformar el país-. No creo que el Anguita a quien conocí hubiese convocado de golpe, por su conveniencia, un congreso telemático que le reeligiese a placer. Ni que se hubiese atrevido, él, que fue alcalde de una ciudad con tanta tradición como Córdoba (aunque no era taurino) a decir que habría que organizar un referéndum para erradicar la fiesta de los toros, porque los toros, Iglesias dixit, no son cultura, sino tortura. No sé si a Juan Genovés o a otros de la cultura -estoy pensando en mi admirado Barjola, de cuya "tauromaquia" guardo una muestra-, incluyendo a un tal Goya, les habrá levantado de sus tumbas este anatema lanzado por nada menos que el vicepresidente del Gobierno contra lo que se llamó, aún se llama, creo, la fiesta nacional. Pero bueno, supongo que este ataque extemporáneo, en plena angustia por la pandemia, contra las corridas -yo no suelo ir, así que no me busquen entre los apasionados: pero ¿tan difícil es permitir que cada cual haga lo que le apetezca?- se incluye en el "delenda" contra lo que signifique el pasado. Eso lo está haciendo bien el líder "morado", borrar las huellas de la "civilización" anterior.

Lo que no hace Iglesias es abrazar ideas nuevas -abraza, sí, a Pedro Sánchez cuando busca cobijo en su gobierno- ni hacer honor a programa o compromiso anterior alguno. Hay que ver las cosas que yo le he oído y leído sobre tantas cuestiones en las que luego, en función de la coyuntura, ha dado un giro copernicano. Muy sintomático, ya digo, que en este año de penitencia se nos hayan marchado de golpe gentes como Landelino Lavilla, Enrique Múgica y, ahora, Genovés y Anguita. Ojalá tuviésemos la certeza de que hay personas e ideas para sustituir a los que nos van faltando, con abrazos integradores y programas renovadores incluidos, para hacer frente al futuro pavoroso que nos pintan. Desde luego, Iglesias no es Anguita. Ni, en otro orden de cosas, tantos pintamonas y abrazafarolas como proliferan por aquí son Juan Genovés.