Opinión
Por
  • JOSÉ RAMÓN VILLOBAS SESÉ

Los dos amigos

París estaba sitiado por el ejército prusiano. Se consumía en la devastación y en el hambre, sus habitantes se alimentaban de ratas y éstas no hallaban nada digestivo que roer, de manera que mostraban todo su esqueleto.

Un espléndido domingo se encuentran en una plaza de la ciudad los amigos Monsieur Morisot y Monsieur Sauvage. Parecen dos gotas de agua, unidas por su carácter y por la pasión a la pesca. Muchos domingos del año se juntaban para disfrutar de su deporte en el Sena, frente a un islote del río a unos ocho o diez kilómetro aguas arriba de París. Pero ahora, es la miseria, la muerte, el caos… por culpa de los prusianos. Lamentan la aciaga situación y deciden entrar en un bar a tomar una absenta (bebida alucinógena prohibida a principios del siglo XX).

Salen a la plaza y al sol de nuevo continúan hablando pero se les seca la garganta y necesitan otra absenta que toman en un bar próximo. De nuevo en la calle, uno de ellos propone: ¿vamos a pescar El otro lo aprueba con reticencia, quedan en un punto de salida, van a sus casas a proveerse de sus cañas, macutos, latas de lombrices y un mendrugo de pan.

Avanzan por la carretera hacia su "coto de pesca", al rato de caminar los paran soldados franceses en una caseta de control y les dan la consigna para la vuelta. Les aconsejan los soldados que anden medio camuflados entre árboles y arbustos al borde de la carretera. Llegan al fin al desvío: una viña. Se agachan bajo el arco de un vallo de cepas hasta su puesto de la ribera, donde se acomodan tranquilos. Empiezan la captura de peces, que será milagrosa. Se contagian su contento locuaz.

En un determinado momento, oyen un extraño ruido. "Será una ráfaga de viento contra los árboles" –se dicen-, pero uno de los amigos mira hacia atrás y ve a unos pasos la silueta de un soldado prusiano, alto como una torre y con cara de ogro. El prusiano los saluda con buenas palabras y les dice que no tengan miedo, mas uno de los amigos susurra: "Es la vida". Y el otro rectifica: "Es la muerte". El prusiano grita a la patrulla asentada en el islote que envíen un bote, en el que hace subir a los dos amigos y los presenta al capitán, que los tranquiliza también.

Los amigos le ofrecen todos los peces. Sin embargo, el capitán los separa y les pregunta por la consigna que, resueltamente, se niegan a dar. "Pues os tendré que fusilar", amenaza el capitán; "son las leyes de la guerra". Ambos se abrazan y se despiden llorando.

Sendos disparos de bala estallan al unísono. El atardecer es precioso, ribeteado de nubes cárdenas. Un par de soldados prusianos toma cada cadáver, a los que han atado al cinturón un saco de piedras, por los pies y la cabeza. Los balancean un par de veces y los arrojan al agua que los llora a borbotones. De inmediato, los prusianos celebran la hazaña con un lingotazo de coñac, y el capitán se enciende un costoso habano.

Cuento de Guy de Maupassant, de actualidad por la cuarentena de la covid-19. Traducido y resumido por el firmante.