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Turismo, fútbol y la realidad

Woody Allen, que acaba de irrumpir en España con su autobiografía "A propósito de nada", expresa en su tono paradójicamente confuso y clarividente una percepción: "Odio la realidad, pero es en el único sitio donde se puede comer un buen filete". Tal sentencia resume la semana política que hemos vivido en España, donde al virus con corona se ha sumado la patología de una pérdida de los límites de la inteligencia y de la ética. Y, sin embargo... Para que gobierno, arco parlamentario y ciudadanos podamos comernos el filete, no existe más solución que acudir a la realidad y dejarse de ensoñaciones de una distopía cuya persecución puede conducirnos a la ruina y a un enfrentamiento estéril justo cuando los españoles somos reclamados a un esfuerzo común para levantar un país que precisa de los mejores cerebros y de los brazos más poderosos.

En la alocución sabatina -el presidente debiera ir pensando, por su conciliación y la de todos, en variar sus discursos solemnes a la recurrente normalidad de los días laborales comunes-, Pedro Sánchez dio la trascendencia que tiene a dos sectores que han padecido unas terribles tempestades inconvenientes profundamente cuando por delante tienen mucho que trabajar por toda la sociedad: el turismo y el fútbol. El primero, una de las grandes fortalezas y oportunidades de nuestro país que exigen por su peso en nuestro desarrollo toda la atención y todas las facilidades. El segundo, porque la ignorancia interesada de una parte no puede obviar su trascendencia económica para todos y su carácter de puntal del resto de modalidades deportivas que en buena medida resisten gracias a los recursos de LaLiga. Son la realidad y son el filete, salvo para quienes quieran abstinencia perpetua.

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