Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Manuel Sarasa, hasta el final con la bata puesta

El docotr Manuel Sarasa ha vivido hasta su último hálito con la bata puesta. Consciente de la debilidad de su estado de salud, con la esperanza tranquila que desprendía, desoía cualquier sugerencia de reposo porque, a sus 63 años, tenía una cita con una alta misión de servicio a la salud y al bienestar de la humanidad: su investigación de una vacuna que había escalado las fatigosas fases desde el conocimiento hasta la experimentación en seres humanos con la ayuda de la voluntad, de la tecnología y del gran foco que iluminaba toda su existencia, que no era otro que propiciar la calidad de vida de las personas mayores, por razón de edad amenazada por deterioros entre los que una de las manifestaciones más dolorosas es la cognitiva.

Manuel Sarasa era un gran líder de un equipo admirable, que respondía a la pasión humanística que desprendía el doctor ayerbense. Con tal naturalidad llevaba los reconocimientos, que aseguraba que hasta abrazar el objetivo todo era circunstancial y, por tanto, el mérito y la gratitud habían de tener la recompensa final que compartiría con todas las personas del mundo. Tal era su magnanimidad.

Conocer a Manuel Sarasa permitía entender la ciencia, ese terreno tampoco sincrónico con estos tiempos de vértigo, de irreflexividad, de búsqueda de los frutos rápidos sin siembra y, si puede ser, apenas cosecha, sin trabajo. Los tiempos del científico no son otros, porque cualquier paso atrás puede suponer años de retroceso y pérdidas de recursos. Y la responsabilidad es tan grande como la limitación de los medios que los gobiernos, poco presionados por los ciudadanos que sólo vuelven sus ojos a los investigadores cuando truena, asignan a quienes convierten su existencia en un paradigma de desprendimiento y de entrega. Rezar por Manolo es rezar por la ciencia.