Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La redestrucción de los malos émulos de Demóstenes

Los grandes sucesos dependen de incidentes pequeños. Demóstenes, el epítome histórico de la oratoria, consagró su vida a los grandes discursos y a la retórica, con la condición de que jamás se pronunciaba sobre aquellas materias sobre las que no tenía dominio suficiente o confianza. El conocimiento de la responsabilidad de la palabra inducía esas renuncias, consciente precisamente de que su uso como arma podía asestar consecuencias fatídicas. Un somero recorrido por la historia, efectivamente, nos sobrecoge por los desastres ocasionados por las maledicencias públicas.

Sus convicciones le alejan de los malos émulos que hoy rondan los parlamentos. Esgrimía otro grande, Cicerón, que concebir tan sólo que algo cruel pueda ser útil es una idea inmoral que, por tanto, hay que rechazar. El espectáculo en torno a la comisión para la reconstrucción está resultando tan deprimente que, más que tribunos, quienes se posan en los atriles parecen más empecinados en esgrimir las coces que los argumentos, los odios que las razones.

En el momento más crítico de la historia reciente, con los ciudadanos sacando la cabeza tras dos meses y medio de susto, confinamiento y muerte, el espectáculo de "redestrucción" es absolutamente deprimente. El uso de la palabra en el templo del Estado de Derecho tiene, a sus espaldas, los ejemplos de decenas de grandísimos ilustrados, que han sostenido bellísimos duelos dialécticos en situaciones incluso más delicadas y graves que la actual. Recomponer un país demanda empatía con los españoles sin temor a la discrepancia, suma en lugar de garrotazos, honradez intelectual frente al ventajismo, puentes sin dinamita verbal que los derribe. Quien no lo entienda, será sometido al juicio de la historia y, a estas horas de la vista, pocos saldrán incólumes... Si es que lo hace alguno.