Opinión
Por
  • ANTONIO SANTOS

Acerca de los recortes en la cultura o elogio de la amapola

Vi en medio de un inmenso trigal, un mar ocre, la pequeña mancha roja de una amapola. Durante unos instantes, al contemplarla, olvidé los problemas y angustias que rondaban en mi cabeza, fue una minúscula pausa, un breve descanso. La amapola allí era un adorno que rompía la monotonía, ¡tan poco y a la vez tanto!

Hace unos días, viendo en televisión ese magnífico programa que es Imprescindibles, en el dedicado a Paco Martínez Soria, uno de los entrevistados comentó que la gente del pueblo, al mirar sus denostadas películas por parte de las élites culturales en ocasiones tan clasistas desde su atalaya progre, aliviaban sus problemas y preocupaciones y salían del cine con la sonrisa de quienes, durante la duración de las mismas, habían olvidado sus cuitas y descansado de ellas.

Hay cierta relación entre el actor y la amapola.

En estos tiempos de crisis, pandemias, debacles y hecatombes, lo primero es la salud, lo segundo cubrir las necesidades vitales, ¿y la cultura -aunque solo sea como un adorno- dónde está?, porque necesitamos, de vez en cuando, una insignificante amapola, un actor sin pretensiones de hacer arte con mayúsculas, que no todo tiene que ser mensaje y compromiso trascendental. El Arte, dicen algunos, debe hacer pensar, tener un mensaje, nos ha de mover por dentro, estremecernos. Eso está muy bien, qué duda cabe, pero no seamos excluyentes, también puede ser otra cosa, llevarnos a la sonrisa o a la risa despreocupada, ser solamente una especie de caricia En estos pandémicos tiempos en los que nos han ocultado casi todo, hasta juegan con las cifras de los muertos convertidos en estadística engañosa, no hemos conocido el drama de la agonía, ni visto los miles de bolsas con cadáveres dentro. Los reporteros gráficos españoles, curtidos en tantas guerras, dicen que no han podido hacer su trabajo, que se lo han impedido las autoridades, que les han censurado. Salíamos a las ventanas y balcones a aplaudir y cantábamos una linda canción, ¡tan mono todo!, ¡tan ligerito! Pero no, aquí han caído como moscas decenas de miles de compatriotas, algunos agonizando en asilos sin tratamiento, asfixiándose, sintiendo la falta de aire, una muerte atroz. Primero nos hablaron de un virus que mataba menos que la gripe, ¡una gripe flojita, vaya! Luego nos desaconsejaron el uso de mascarillas y nos enteramos de que era porque no las había. Es como si yo fuera al médico, mordido por un perro rabioso y sin vacunar, y el galeno, al no tener la vacuna que podría salvarme, me respondiese que ésta no es necesaria, sería una acción criminal por su parte. Pero que cada uno, llegados aquí, saque según su grado de fanatismo, según lo sectario que sea, las conclusiones que le plazca. Yo he llegado a las mías y actuaré, cuando tenga ocasión, en consecuencia.

Hay más víctimas en torno a esta pandemia y son las de la terrible crisis en la que nos vamos a sumir. El mundo de la cultura, un adornito para muchos políticos y la oficialidad, ya padece sus consecuencias. Solo algunos, los más destacados, los que están en la parte superior de la pirámide artística, serán salvados. Los demás, como siempre ha sucedido, pero mucho peor, se pudrirán abandonados a su suerte, morirán de inanición. Habrá recortes apocalípticos para el mundo de la cultura y ese enorme trigal que es el océano humano, como decía al principio, perderá sus modestas amapolas. Será más monótona la nueva realidad, pero ¿eso a quién le importa?

Algunos, los Artistas con mayúsculas, seguirán gozando del favor del Estado, como las joyas en las manos de las mujeres de la alta sociedad y en las de las compañeras de los estraperlistas de la oficialidad.

En fin, después, remansadas las aguas, volverá el silencio, el orden, la calma chicha.

ANTONIO SANTOS

Artista