Opinión
Por
  • FERNANDO ALVIRA

Veinte años y cinco meses

Puede sonar a condena poco habitual, pero en realidad se trata de un magnífico regalo que me ha dado la suerte (habitualmente esquiva conmigo en cualquier clase de sorteo). He tenido la fortuna de dirigir el Instituto de Estudios Altoaragoneses durante ese tiempo. Un tiempo especialmente fértil para la actividad de investigación y divulgación del patrimonio de la provincia de Huesca en el que se han logrado poner en marcha o desarrollar proyectos que sin duda perdurarán en el tiempo para beneficio de todos los altoragoneses y de cuantos se interesen por la realidad pasada o presente de nuestro entorno más próximo.

El Centro de Estudios Senderianos ha visto incrementado su patrimonio de objetos, cuadros, fotografías, publicaciones para poner al servicio de los estudiantes, sobre todo de bachillerato que acuden a la sede del IEA –más de 300 el pasado curso– y de los especialistas interesados en el novelista que acuden a sus fondos para completar sus trabajos… la Biblioteca científica del Instituto ha crecido exponencialmente tanto en fondos de libros, revistas y periódicos como en servicio de préstamo a los investigadores de cualquiera de las materias que encuentran en el Fichero Bibliográfico Aragonés uno de los instrumentos más útiles para cualquier investigación.

Proyectos en torno a figuras como Lastanosa, Argensola, Carderera, Costa, a los que se han podido dedicar congresos, exposiciones y ciclos de Conferencias que han reunido a especialistas de todo el mundo y han mostrado los más granado de sus importantes legados.

Empezó siendo un tímido proyecto para unificar los diferentes inventarios que habían sido publicados en la provincia y se ha convertido en la herramienta más potente de cuantas se dedican a la salvaguarda del patrimonio aragonés. El SIPCA no solo ha sido asumido por el Gobierno de Aragón sino ha sido requerido por diputaciones y gobiernos autonómicos como paradigma de un proyecto perfectamente estructurado… Varios cientos de publicaciones han ido jalonando el transcurso de las dos décadas, de las que el Instituto de Estudios Altoaragoneses de la Diputación de Huesca puede sentirse orgulloso; docenas de revistas especializadas centradas en las diferentes materias de estudio que brindan a los investigadores nuestro territorio y nuestras gentes... Con sus sombras, por descontado, que todos tenemos derecho a equivocarnos alguna vez al día, aunque solo sea para dar vida a quienes no pueden pasar sin censurar a cualquier cosa que se mueva. Pero todas las luces han sido posibles gracias al trabajo y al esfuerzo diario de un equipo de personas que sí han sido una auténtica lotería en estos veinte años y pico. Tanto los que diariamente atienden las necesidades de quienes usan los servicios del IEA, en la conserjería, la administración, la secretaría general, el servicio de publicaciones, el SIPCA, la Biblioteca, en la sede de la calle del Parque, cuanto el grupo mucho mayor de ciudadanos que de una manera altruista aportan sus conocimientos y su esfuerzo a las actividades que se llevan a cabo; a los directores de las áreas y publicaciones monográficas o periódicas, a los que superan mayores dificultades en las comarcas altoaragonesas desde los Centros Asociados al IEA, a la larga lista de los asesores… Sin ellos resulta impensable un instituto de estudios locales como el que crearon hace setenta años un grupo de oscenses (Virgilio Valenzuela, Antonio Durán, Miguel Dolç, Federico Balaguer, Salvador María de Ayerbe...) para los que no suponía inconveniente el pertenecer a ideologías diversas e incluso opuestas para investigar y difundir el patrimonio de la provincia.

Creo que a lo largo de estos veinte años y cinco meses se ha conseguido que ese espíritu se mantuviese. Algo que no hubiera sido posible sin el apoyo de los Consejos Rectores a los que el Instituto rinde anualmente cuentas y a los que debo de estar igualmente agradecido. Lo dicho, un hermoso y dilatado regalo.