Opinión
Por
  • PILAR LACHÉN

Un mal despertar

Hace más de dos meses y medio comenzó una pesadilla para todos nosotros. La vida se paró de golpe y afuera se quedaron nuestros proyectos, nuestros sueños, nuestras ilusiones y, lo peor de todo, la vida de miles de personas.

Nos unimos, hicimos una piña apoyando en todo lo que podíamos. Hicimos mascarillas, ayudamos como voluntarios y, sobre todo, permanecimos en casa ante el temor de algo que ahora ya parece olvidado. Nuestro momento de salir al balcón era no solo para agradecer, sino también para decir que estábamos ahí, que seguíamos apoyando a los que se jugaron la vida, e incluso la perdieron, por salvarnos, por protegernos, por cuidarnos.

Ahora hemos despertado de la pesadilla. Poco a poco nuestros ojos se van abriendo a una realidad en la que tenemos que vivir, porque no es normalidad, ni nueva normalidad, es una realidad tan sumamente fea y repulsiva que dan ganas de volver a meterse en esa pesadilla de la que tanto quisimos despertar.

Hemos olvidado lo sufrido, lo llorado, lo perdido y hemos vuelto a ser los mismos egoístas de siempre que solo buscan su propia satisfacción, su propio beneficio; los mismos egoístas que no quieren entender que esto no ha terminado, que nuestro enemigo sigue fuera acechando; los mismos egoístas insolidarios, expertos en todo y en nada, que ya no recuerdan que una vez, no hace mucho, éramos nosotros y ahora vuelven a ser yo.

Desde la clase política apoltronada, que nos ha dado la más valiosa lección de lo que es la desunión para sacar a un país adelante, hasta los inconscientes que creen que nada de esto va con ellos y buscan el deshacer un nosotros tan utópico como era el que alumbraba nuestra pesadilla.

Visto lo visto, a veces me planteo si no estábamos mejor en la vorágine de la pesadilla. Era una sociedad unida, los ciudadanos demostramos que podíamos y lo hicimos. Pero llegaron los de siempre, los que, en teoría, deben dar ejemplo y nos abocaron a querer volver a esos días en los que tú eras yo y yo era tú. Mal despertar para un sueño que nadie provocó, que nadie esperó, pero que vino, no para cambiarnos sino para hacernos peores.