Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Otra acrobacia del Festival de Cine

Cuarenta y ocho años es una edad respetable. Permite apreciar el horizonte con serenidad, leer el presente, reflexionar sobre las circunstancias y acomodar todo el universo al objetivo, siempre bajo el manto de la coherencia. El Festival Internacional de Cine de Huesca ha atravesado, en toda esta trayectoria, épocas boyantes, austeras, brillantes y discretas, en una peripecia existencial que, en todo caso, nunca ha traicionado su razón de ser, por más que los aciertos -más- se hayan alternado con algunos errores -pocos- que, por cierto, han sido rápidamente subsanados sobre la premisa de que lo grave no es meter la pata, sino obstinarse en seguir sin sacarla.

No es preciso establecer comparativas, porque cada etapa ha sido distinta, definida por equipos ora marcados por una figura deslumbrante (la del adalid Pepe Escriche), ora refulgentes por la maquinaria engrasada por una coordinación magnífica, como está sucediendo en las últimas y meritorias ediciones encuadradas en la virtud a través de la necesidad y en la multiplicación con el talento y el esfuerzo de los panes y de los peces en versión cinematográfica. La optimización de los recursos, cimentada en una autoexigencia rayana en la epopeya, ha contribuido a un resultado artístico admirable y una capacidad organizativa reconocible. Esto es, ha cincelado una personalidad diferenciada en una evolución prodigiosa de verdad. La última acrobacia es la celebración desde hoy de un certamen mágico, con 80 cortometrajes de 30 países en busca de los premios y, sobre todo, la captación de la voluntad de todo el planeta amante del celuloide y de la cultura. De ese arte que no se ha detenido en la transformación del mundo gracias a su escudo resiliente frente a los virus destructivos de la reacción. ¡Cámaras y acción!