Opinión
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La maleabilidad de la estadística

La pandemia y su gestión ha derivado en una consecuencia severa: la estadística se ha rodeado de un halo de desconfianza. Ha acompañado a la demoscopia, a la que ha superado en falta de credibilidad como antaño expresó Goncourt al definirla como la primera de las ciencias exactas. El escepticismo ante la carencia de rigor es similar al que manifestaba Víctor Hugo, cuando definía a todo número como un cero ante el infinito. La suma de afectados por coronavirus cuyo resultado es cero representa un reconocimiento tácito de ineficacia y la consideración reconocible de que la ciudadanía no es madura a los ojos de los administradores, a pesar de que los españoles, como los residentes en tantos países del mundo que están llorando a sus muertos, han sido los paganos de todas las restricciones, de las imprevisiones, de los defectos, de la confrontación política y, sobre todo, de las incertidumbres. Atribuirse un balance aventuradísimo de una prevención inexistente es una suerte de irrealidad ventajista. Es tanto como el mutuo ataque en el que se defiende la caída de los consumos y la contaminación, por un lado, y el desplome de la actividad en los sectores no estratégicos por el otro. Es cierto que hoy cuesta procesar determinados conceptos al haber abandonado el hábito de la lectura, pero hay información incluso sobrada para hacernos nuestra composición de lugar.

Ayer, nos despertamos con el susto en Pekín por un rebrote con 137 contagiados. Conociendo la opacidad de la dictadura china, no hace sino brotar una sonrisa de incredulidad y un escalofrío de preocupación, porque apenas mueven una pestaña en el régimen totalitario por un guarismo tan contenido. Así que nos envuelve un ambiente de tinieblas provocadas. Pero los gobernantes, todos, deben saber que siempre sale la luz. Y ahí se reflejan las arrugas del alma.

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