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Ruiz Zafón, el convocante de las almas de las letras

Resulta prácticamente imposible que la tristeza que impregna las escenas tenebrosas de su Barcelona natal en pretéritos y destructivos tiempos no inundara este viernes a las generaciones de lectores de Carlos Ruiz Zafón. Quien convocó las almas para añadir más autenticidad a su tetralogía de "La sombra del viento" recorre ya el laberinto de los espíritus, donde le esperan conspicuos jardineros de la escritura, orgullosos predecesores en el viaje como Cervantes, Quevedo o Delibes.

Vamos a echar de menos a quien nos enseñó que todos somos propietarios de una obra seleccionada a nuestro libre albedrío, que acompañará nuestra existencia sean cuales sean las cuitas que nos rodeen y nos impregnen, hasta dejar, tras el último aliento, el tomo en el barroco cementerio de los libros olvidados. Bajo el efecto de la abducción de las palabras, con su música que acuna la composición de sus letras, Ruiz Zafón nos concedió el privilegio de la vivencia espacio temporal más completa, la más cruel y la más hermosa, la más trepidante y la más armónica, la más melancólica y la más esperanzadora. El universo envuelto en la bruma de la ficción perfectamente convertible en realismo puro, extremo o mágico nos deja la esperanza y el consuelo de releerlo, y de volver y volver a las tramas rodeadas de vericuetos y de escorzos al límite.

Es uno de esos autores que responde impecablemente al lema de la Real Academia, porque ha limpiado, ha fijado y ha dado esplendor a nuestra lengua en una época de zafiedad y maltrato. Una era en la que necesitamos de su ejemplo y de sus secuaces para salvar los libros e iniciar el contraataque. El destino, como expresa su entrañable Fermín, estaba a la vuelta de la esquina y ha hecho la más indeseada visita a domicilio. Siempre inmortal Ruiz Zafón.

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