Opinión
Por
  • SERGIO BERNUÉS CORÉ

Los aplausos del olvido

Se pierden en la lejanía los ecos de aquellos aplausos que descontaban las ocho en punto. Los vítores multitudinarios, que reconocían el buen hacer de los que nos cuidaban en esos tiempos oscuros mientras la vida pasaba tras la ventana, se difuminan a nuestras espaldas. Éramos uno solo, lanzando proclamas para salir de esto todos juntos.

Han pasado más de 100 días y damos la bienvenida a la "nueva normalidad". En el hemiciclo volvieron hace un tiempo a sus trincheras, a la pelea callejera, a la búsqueda de coartadas que justifiquen lo inaudito, a mirarse al ombligo obviando que en la calle pasa la vida y mueren los sueños.

Los héroes cotidianos cayeron de su pedestal. Las alabanzas vespertinas al ponerse el sol se tornaron en crítica e indiferencia, apuñaladas por una memoria deficiente. Mientras sirenas triunfales se ahogaban en el desierto del olvido, entre las arenas movedizas de la vuelta a la rutina.

Caminamos temblorosos por un alambre entre dos realidades distintas. Un universo de equilibrios, contradicciones y delgadas líneas al que nos debemos enfrentar con objeto de volver a recuperar la ansiada normalidad. Parece que hemos olvidado todo y nos lanzamos sin frenos, y sin mascarilla, hacia un territorio desconocido, en aras de la rápida recuperación económica y sin un triste mapa bajo el brazo.

De esta saldremos mejores, decían algunos, pero sólo cambian aquellos que sufren de verdad y siempre que lo deseen con todo su ser. La transformación exige autocrítica profunda, disciplina y mucho esfuerzo. El olvido nos conduce al desconocimiento y la ignorancia nos invita a repetir los mismos errores. La autocomplacencia lleva al fracaso, sólo es posible mejorar gracias al análisis concienzudo e independiente, la reflexión crítica y la búsqueda de alternativas porque harto difícil es obtener resultados distintos haciendo siempre lo mismo.

Tenemos la suerte de vivir en un país privilegiado, al sur de la vieja Europa, a un paso de África y con fuertes lazos con parte de América. Una tierra bañada por el sol con multitud de oportunidades pero que se avergüenza de su historia, mientras navega convulsa entre dos aguas. Nuestro muro de Berlín se levanta con los ladrillos decadentes de la ideología, más resistentes que las piedras que separaban las dos "alemanias". Seguimos deambulando entre estereotipos anacrónicos que nos impiden diseñar el presente y construir un futuro mejor para los que vendrán.

Al final, Europa, España o Aragón, somos tú y yo, este, ese y aquel, no líneas pintadas en un viejo papel. Aunque profetas variopintos nos alienten desde sus poltronas de humo, lanzando sus mentiras al viento sólo por su propio interés, es clave recuperar el sentido común para construir puentes. Debemos dejar atrás nuestras diferencias y buscar aquello que nos une para caminar juntos en este nuevo escenario, mezclando la responsabilidad individual con la social, combinando la iniciativa privada con la pública para posibilitar la igualdad de oportunidades, la captación de talento y la meritocracia.

Desde aquí, mi homenaje y aplauso imperecedero a todos los que se pusieron al servicio de los demás en esta primavera perdida, para que su esfuerzo y dedicación permanezca para siempre en el recuerdo.