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Huesca y el Huesca, ejemplaridad ética

La ciudad de Huesca se convirtió en la secuencia natural y responsable de la gran felicidad que nos entregó la Sociedad Deportiva Huesca. Los pueblos, en su más estricto sentido ontológico y nunca en el malintencionado y frívolo estigma que habitualmente blanden quienes quieren zaherir el ánimo del presunto contrincante, se reivindican con su transcurso coherente que revela una cultura arraigada en el conocimiento y en la experiencia. Y el de Huesca, la capital que honra los restos de reyes de Aragón y venera a santos dadivosos y sabios, se ha manifestado en una circunstancia tan propicia para la exaltación y la celebración como es la llegada de su bandera, de su equipo, a la máxima categoría en la que militan los más grandes clubes del mundo. Esto es, ha abrazado el paraíso balompédico con unos méritos extraordinarios.

Y, en medio de tal exultación, con el frenesí instalado tras los goles y la gloria, brotó con absoluta tranquilidad el comportamiento cívico que demanda la responsabilidad y que fue solicitado con total congruencia por las instituciones. La plaza de Navarra vacía fue el segundo gran éxito de la noche, en cierta manera contranatural de los instintos, pero alineada con la inteligencia y el respeto. No sólo somos hoy de Primera, sino que nuestra conducta ha sido de campeones. Y, en el viaje de ida y vuelta coral, retornamos al terrorífico año que ha padecido la Sociedad Deportiva Huesca, zaherida por un inconcluso procedimiento judicial, condenada por interesados detentores de la pena del telediario, insultada desde corifeos de la estulticia y la envidia, ventajistas y seres antideportivos que desearían manejar arbitrariamente la competición... sin competir. Y desde Huesca, globalmente, a los cardos se ha contestado no con rosas, pero sí con silencios hábiles... Y a lo nuestro. A la meta. Gocémosla.

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