Opinión
Por
  • ANTONIO NAVAL MAS

Loable iniciativa la de Barbastro-Monzón

De las tres diócesis altoaragonesas la de Barbastro-Monzón es la que más mermada quedó en su Patrimonio religioso con el atropello visceral de las milicias republicanas. Sacar rendimiento a lo que quedó va mucho más allá de generar recursos que mejoren las condiciones diarias de las gentes. Hay detrás toda una visión de futuro que el episcopado español no ha sabido ver o no ha querido ver, a pesar de que en el programa que, para el año 2000, hizo el partido socialista ya tenía como objetivo socializar el Patrimonio religioso.

Vivimos los tiempos que vivimos en que se han echado abajo referentes, paradigmas, modelos, sustratos conceptuales básicos… sustituyéndolos por sucedáneos, pretendidamente de progreso. Por esto y por mucho más, la ruptura entre los valores, filosofía de la vida, de la generación ya en edad provecta, y las nuevas generaciones es más que real, pues es dramática. En este panorama, guste o no guste, parte de que este país, España, sea un gran país, es por sus raíces cristianas y por lo que aportó a la cultura occidental, incluido todo lo que de noble e integrador tuvo la occidentalización de otras tierras.

La institución eclesiástica está perdiendo el atractivo de su relato, porque sus líderes, desde hace décadas, se han opuesto a revisar y hablar el lenguaje de los nuevos tiempos. En desconexión con esta postura afortunadamente quedan evidencias, elocuentes por su profunda humanidad, como es toda la acción de Caritas y similares, que no son unas ONG más, el respeto fascinante que suscitan los cooperantes, que no son un colectivo más de los de "sin fronteras", la perseverancia convencida y elocuente de los que asimilaron las raíces, que en muy gran parte son ya mayores, y todo el Patrimonio religioso, fecundo, abundante, testimonio de buena parte de la identidad de este país, con atractivo y, consecuentemente, con potencialidad para revivir, mantener la memoria, y no perder la trayectoria a seguir. Cuanto más adversas son las circunstancias, es cuando más falta hace que haya Moises que ayuden a cruzar el desierto.

Es incomprensible que la iniciativa de Barbastro-Monzón, la de la pulsera, no se haya hecho extensiva y conjunta a Huesca y Jaca, gestionando de otra forma el Patrimonio religioso de las tres diócesis. Como es incompresible que estas diócesis, y sus agentes eclesiásticos, sumidos en el mismo declive y decrepitud, al borde de lo irreversible, sigan ignorándose. De forma particular desde los últimos nueve años. La ineptitud no es cuestión meramente personal cuando afecta a colectivos en riesgo y a proyectos que deberían buscar vitalidad en lo que queda para generar posibilidades de seguir hacia adelante. Ya no es un tópico estimulante invitar a esperar y creer, cuando estas actitudes estas desvitalizadas. Entonces se convierten en adormidera para ignorar la realidad.

No percatarse, por parte de los gestores eclesiásticos, de que una parte de la imagen para comunicación social viene dada sin tener que buscarla en el Patrimonio religioso es haber perdido el sentido del momento. No rentabilizarlo para recordar quiénes somos y de dónde venimos, es renunciar al papel vital de las raíces comunes en este momento histórico. Y esto principalmente por parte del episcopado puesto que el decrépito clero poco ya puede dar de sí. Que los colectivos de creyentes de Huesca, Jaca y Barbastro, y particularmente sus agentes, continúen como tres asociaciones autosuficientes, paralelas, autogestionadas hasta la ignorancia mutua, es acelerar el declive que está a punto de entrar en coma irreversible. Huesca, Jaca y Barbastro a estas alturas debían ser un mismo proyecto, gestionado con más cooperación, sin que esto sugiera anulación alguna.

La mayor parte del patrimonio artístico y cultural de este país es consecuencia de las creencias cristianas. Fue generado por todos, pues todos no podían ser otra cosa que creyentes cristianos y colaboraron a costa de mermar su automanutención. Fue gestionado por el clero porque así funcionaban las cosas. Esta gestión se veía como normal y asumida. Pretender ahora, como se pretende, que tiene que estatalizarse para poderlo conservar, es una falacia y una trágala simplona, de la bullangera progresía.

La iglesia, y particularmente el episcopado, pues así funciona la Iglesia, con su pérdida de sentido histórico, están reviviendo los precedentes de la Desamortización y, lo que es más grave, con su incuria y actuaciones inoportunas están favoreciendo que catedrales y monasterios acaben siendo meros parques temáticos muertos, (veremos lo que va a pasar con el Monasterio de Sigena), para revivir artificiosamente desde los supuestos mentales interesados de otros gestores, lo que era vida que generó iniciativa y contribuyó a la destacada altura de nuestro país.