Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Día del Libro, compromiso con uno mismo

Cuando le vendes un libro a alguien, no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche. Este delicioso fragmento de La Librería Ambulante de Christopher Morley que recoge Irene Vallejo en "El infinito en un junco" expresa el universo inagotable de posibilidades que tenemos a nuestra disposición para aprehender la belleza y el conocimiento, la profundidad y el entretenimiento, la sonrisa hasta la risa y la tristeza hasta el llanto, siempre en torno a una concatenación de palabras fascinantes por cuanto, entre líneas y en los espacios, trasciende el talento y el esfuerzo, la sed que discurre por nuestro río de curiosidad y la saciedad de una experiencia única, la satisfacción de quien ha edificado un castillo de bellas expresiones y la generosidad de quien decide comulgar con el lector para que éste se alce con el protagonismo de su interpretación en un ejercicio sublime de nuestra libertad de albedrío.

El Día del Libro nos permitió estrechar lazos con los libreros, guardianes de los sagrados secretos de la literatura y de la razón, quienes ilustran con su luz las ansias de hilar nuestras atmósferas personales con otros universos, aquellos que dibujan las imaginaciones y la creación que emanan de ese imbatible licor de dioses en el que la metáfora es el ingrediente para paladear el ingenio de la ficción o la rigurosa disección de la realidad. Es el del mercader de sabidurías un oficio antiguo y eterno, en el que confluyen todas las disciplinas aristotélicas del conocer, unas personas imprescindibles, metafísicamente insustituibles. Por eso, tenemos por delante cientos de días hasta la próxima conmemoración para renovar un compromiso que no es sino con nosotros mismos.