Opinión
Por
  • FERNANDO ANORO

Ángel Lorés, el Mago

Recuerdo muy a menudo la calificación que me pusiste al final de mi primer y único cursillo de escalada. "No te preocupes Fernando que siempre habrá un sitio para ti en el campamento base".

Dos inviernos después comenzábamos una escalada muy especial junto al experto y gran ilusionista, Luciano. Recorríamos a caballo la ciudad generando esa neblina visual de los ojos emocionados de las familias que por el encanto de la noche del cinco de enero aguardaban la llegada de los Magos, gritando sus nombres a la vuelta de cada esquina. Llovían besos, nerviosas risas y dulces lágrimas de ansiedad.

Por la noche, en el contacto directo, los protagonistas eran ellos. Recitaban sus poemas, leían sus cartas, hacían sus promesas, reían. Una noche antes de empezar la sesión de regalos se te acercó una criatura de unos seis años y te entregó una carta. Te pidió que se la llevaras a su mamá. "Está en el cielo y tú se la puedes dar porque eres Mago", dijo.

Estoy seguro que ya se la has dado y que habréis pasado un buen rato recordando esa y otras muchas anécdotas de la gran noche de los sueños infantiles.

Aquí, en el mundo de la realidad se queda este aprendiz de brujo que compartió con los dos grandes maestros de la magia más de treinta agotadoras noches de reparto. Y ahora he comprendido, querido Ángel, que ese campamento base era tu mágico corazón de amante de la naturaleza y de la infancia.