Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

El club del chantaje

Si Pedro Sánchez fuera un profesor de instituto, el alumno con mejores notas de su clase sería el que le trajese el jamón más caro. Esta reunión de presidentes autonómicos en la Rioja está muy bien, aunque debe haber sido muy duro de tragar para los presidentes de todas las comunidades autónomas leales y legales ver que Sánchez se dedicaba a premiar al representante vasco con beneficios especiales -aún más y como siempre pagados por los demás españoles- para que hiciera el favor de asistir. El orate que dice representar a los catalanes ha intentado con su ausencia ofender al Rey y al Gobierno español, pero todos sabemos que Sánchez no se lo tendrá en cuenta y que cuando necesite sus escuálidos votos le dará lo que pida y no le tendrá en cuenta esta descortesía. No solamente es injusto para los que hacen sus deberes y cumplen lealmente con la Constitución, sino contraproducente porque fomenta una situación perversa en la que los dos extorsionadores saben que ante Sánchez tienen una capacidad ilimitada de chantaje. Y cuando se paga a un chantajista hay que saber que esa coacción no cesará sino que irá aumentando. Bien pensado, Sánchez (no digo "el profesor Sánchez" para no agraviar a todos los que han hecho su tesis sin copiar como Dios manda) sería capaz de quitarle el jamón a los buenos alumnos para dárselo a los díscolos y desobedientes con tal de que eso le reporte beneficios. El problema es que los beneficiados son los nacionalistas, porque sus votantes comprenden que este siniestro mecanismo les reporta más ventajas que ser solidarios y cumplir las reglas, como hacen los demás.

Es cierto que Sánchez no es el primer presidente del Gobierno que se ve sometido a esta coacción por parte de los nacionalistas desleales, egoístas y miserables. Lamentablemente, la España de las autonomías que prevé la Constitución se ha convertido en la de los nacionalismos y con demasiada frecuencia los dirigentes de los territorios más afectados por esta siniestra infección se han caracterizado por ese anhelo de intentar en cuanto pueden agarrar al Gobierno central por esa parte dolorosa que no hace falta describir. Lo que es nuevo es que haya en La Moncloa un presidente que parece tener las amígdalas de acero inoxidable y que acepta este juego humillante con toda naturalidad a pesar de saber que cada cesión no es sino el carburante para la próxima exigencia, en un juego perverso de nunca acabar.

Para aquellos que hayan tenido la paciencia de leer alguno de mis articulejos que con tanta generosidad acoge este periódico no será nada nuevo que diga que estamos a las puertas de una catástrofe económica sin precedentes en tiempos de paz. Cuando digo sin precedentes quiero decir que puede ser peor que lo que conocieron los griegos hace diez años, por citar una imagen que si acaso pueda definir una catástrofe más allá de lo que se puede describir con palabras. Y ante semejante cataclismo, Sánchez todavía no ha trazado ni un plan, ni una reforma, ni una idea, ni una estrategia de salida. El presidente ha contemplado la destrucción de la principal industria del país, el turismo, como quien asiste a una erupción volcánica a través de la televisión, como una catástrofe natural ante la que no vale de nada la acción del hombre. Pero resulta que esa erupción estaba sucediendo en su propio vecindario y el presidente actúa como si ignorase que la corriente de lava está llegando a su jardín. Todos los países han publicado ya las cuentas del descalabro económico que ha causado la necesidad de poner la economía en coma inducido. Son pavorosas sin distinción y España está en cabeza de los más perjudicados. A estas alturas también se conocen las cifras de fallecidos por la enfermedad en los principales países del mundo y España vuelve a estar en números relativos entre los más damnificados. Si no fuera porque se ha disimulado en la estadística un tercio de los muertos, estaríamos batiendo todos los récords. No hay mucho más que decir sobre la gestión de Sánchez ante la peor crisis que hemos conocido los 47 millones de españoles que estamos vivos para asistir a semejante descalabro. Miente, se humilla ante los que nos ofenden y además es incapaz de hacer frente a la situación. Los aplausos que le brindaron los diputados socialistas y los miembros del Consejo de Ministros quedarán muy bien en el documental que sin duda está preparando ese mercenario inmoral del marketing político que se llama igual que un zar ruso con fama de terrible -por algo será- pero serán un hecho vergonzoso que pesará sobre sus conciencias como la peor de las indignidades.

Y en estas ha venido un partido que empieza por V y termina por X y que me resisto a mencionar por varias razones, a completar ese aplauso con el preludio de una victoria política para Sánchez. No dudo de que Abascal y compañía hagan las cosas por patriotismo sincero, pero lamento comunicarles que en estos momentos son el mejor aliado de Sánchez. Si no lo saben, me permito explicárselo con claridad: mientras exista ese partido de las tres letras, es imposible que haya una alternativa que desaloje al falsario mentiroso que reside en La Moncloa. Lo que llaman moción de censura será el mejor regalo que podía esperar Sánchez y su amigo el vicepresidente consorte. Para regocijo también de los ínclitos chantajistas regionales, por supuesto, hasta que ellos se den cuenta de que Sánchez intenta engañarles a ellos también. Les promete el jamón y tal vez les llegará un mal trozo de hueso para caldo. Entre otras cosas porque no habrá para más en la despensa.