Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Aquella infausta madrugada del 2000

Fue un despertar horrible, con sabor a muerte. Imborrable. Dos jóvenes guardias civiles, Irene Fernández Perera y José Ángel de Jesús Encinas, fueron miserablemente asesinados en una madrugada en la que velaban, paradojas del destino, por la calma de los ciudadanos de Sallent de Gállego. Por el sueño apacible de todos los españoles. El coche-bomba, una de las abyecciones más utilizadas por los etarras para que no hubiera opciones de supervivencia, cumplió el objetivo para el que había sido montado. Toda la provincia, Aragón y España lloraron, con unas lágrimas que eran el caudal desde el que saciar la sed de justicia. Hace sólo 20 años de aquel 20 de agosto. Le sucedieron semanas, meses, de una dureza extraordinaria. De miedo, mucho miedo. La amenaza del terrorismo se extendía explícitamente a muchísimos colectivos. En realidad, era a todo el país, pero algunos aparecían más marcados en la macabra mesa de operaciones de los asesinos. Mirar debajo del coche fue una práctica menos exclusiva de lo que parece.

Ayer, Sallent de Gállego recordó, homenajeó y rezó por los dos agentes. De no haber mediado la maldad de los criminales, hoy todavía serían dos jóvenes ciudadanos, con toda una vida por delante. Olvidar es dimitir de la condición humana. Tenemos el deber de la remembranza, porque las víctimas del terrorismo -las que se fueron y los que quedan- no merecen la reincidencia en la herida, que se clava inmisericorde a través de la indiferencia. A José Ángel de Jesús e Irene Fernández no le podemos devolver la vida, pero con el recuerdo y en la coherencia revestimos su heroicidad de justicia, memoria y dignidad. Y quién sabe si, de paso, contribuimos a identificar a los asesinos y sus acólitos hoy envalentonados. La falsaria valentía de los cobardes.