Opinión
Por
  • FELICIANO LLANAS

A Valle-Inclán, Unamuno y Ramón Franco les gustaba darse a entender

Contaba el escultor Sebastián Miranda que en cierta ocasión mientras se encaminaba hacia el restaurante El Frontón de Madrid en compañía de Belmonte, Pérez de Ayala y Valle Inclán, don Ramón le iba comentando la ilusión que le haría poder llamar fantoche en público a Miguel Primo de Rivera, para que el General se viera en la obligación de detenerlo. Llovía sobre mojado, pues Valle ya había tenido problemas por sus destempladas críticas al Dictador. La primera vez que los guardias de asalto lo sacaron a empellones de su casa, mientras lo subían sin contemplaciones a la camioneta camino de la prevención, Valle les iba imprecando: "¡Sois los hijos de don Miguel, fruto de un antepalco!". Grande fue el chasco de Miranda cuando al entrar en el comedor se encontró con Primo de Rivera rodeado de todo su séquito. "Como se lance don Ramón esta noche dormimos todos en comisaria", pensó horrorizado el escultor. Una vez acomodados en la mesa, Valle pidió un caldo y se puso a fumar en contra de su costumbre en total silencio. A la media hora Primo de Rivera se levantó y abandonó el restaurante seguido de toda su corte sin que afortunadamente hubiera ocurrido ningún incidente. Una vez pasado el peligro Miranda quiso picar a Valle: "Don Ramón se ha ido Primo de Rivera y usted no le ha llamado fantoche". Valle-Inclán respondió: "Hoy no. Había poco público. ¡Si hubiera sido en el Teatro Real!". Otro acérrimo enemigo de Primo de Rivera fue el famoso aviador Ramón Franco, el héroe del Plus Ultra, un hombre de armas tomar, antimonárquico hasta la médula, de ideas tan insensatas que un día fue capaz de despegar de Cuatro Vientos con la intención de bombardear desde su avión el Palacio Real, milagrosamente recapacitó durante el vuelo y al final en vez de explosivos lanzó un paquete de octavillas contra Alfonso XIII. Ramón llevaba a la desesperación a su hermano Francisco, quien buscaba reconducir a su tarambana colactáneo con instructivas cartas que solía iniciar con este encabezamiento: "Mi desgraciado hermano Ramón". Pepín Bello lo conoció en Sevilla en la campaña electoral de las elecciones del 31, lo definió como una mula loca. Salió diputado por Esquerra Republicana de Catalunya. En su estreno como orador en las Cortes Constituyentes cosechó un rotundo fracaso, pues nadie lo tomaba en serio. No obstante consiguió una cierta relevancia encabezando un grupo de diputados díscolos y gamberros que montaban continuas broncas para boicotear las políticas gubernamentales. La prensa los bautizó como los Jabalíes de la Cámara, discutible título que fue acogido con gran entusiasmo por estos irresponsables congresistas, quienes no tuvieron empacho en visitar a don Miguel de Unamuno, con Ramón Franco a la cabeza, y presentarse muy pomposos: "Don Miguel, nosotros somos los Jabalíes de la Cámara". Don Miguel respondió muy enfadado: "¡Jabalíes! Los jabalíes van en solitario o a lo sumo en pareja, ¡los que van en piara son los cerdos!". A don Miguel también le gustaba darse a entender. En un acto en que le entregaban un importante galardón, el rey Alfonso XIII pronunció un brindis en el que dirigió grandes loas al literato, quien respondió agradeciendo los merecidos elogios que había recibido de su Majestad. El rey tomó la palabra de nuevo para comentar que lo normal en estos casos era que los homenajeados no se jactasen de sus méritos, sino que dieran por inmerecidos los encomios recibidos. Don Miguel respondió: "Es natural que lo hagan porque verdaderamente no los merecen". La realidad era que Unamuno no tragaba a Alfonso XIII y prueba palpable de ello eran los incendiarios artículos antimonárquicos que publicaba en El Liberal. Estaba don Miguel pasando unos días en la Casona de Tudanca, el entrañable nido de sabiduría tejido por José María de Cossío en su querida Cantabria, cuando aparecieron unos emisarios reales con la intención de invitar a Cossío a una cacería de osos que se había preparado en honor de don Alfonso XIII. Los días previos a tan importante acontecimiento cinegético, Cossío aprovechaba sus cotidianos paseos con Unamuno por el valle de Nansa para mostrarle los parajes por donde se iban a realizar las batidas. En un momento dado Unamuno le dijo a Cossío: "Usted cree que alguno de estos osos será capaz de repetir la hazaña de don Favila". Cossío respondió sonriendo: "No creo, estos osos no leen los artículos que usted escribe en El Liberal".

FELICIANO LLANAS

Presidente de la Asociación Conde de Aranda