Opinión
Por
  • MARTÍN GASCÓN HOVE

En memoria de un gran médico

Derivé a mi propia familia a su consulta, con lo cual mi parecer sobre su profesionalidad y entrega queda reflejado. Hablábamos cada vez que nos veíamos por el hospital militar, aunque la nuestra no fue una amistad esculpida en wasaps y felicitaciones navideñas. De hecho, nunca intercambiamos nuestros números. Por ello no volví a saber de él, tras finalizar mi periplo en Zaragoza en 2013, hasta mucho tiempo después. Fue un sábado de bochorno monegrino, a la hora del ángelus, en el funeral de mi madre. Los recuerdos de aquel día son vagos, inconexos, borrosos. Todos salvo aquél. Finalizada la misa los presentes, numerosos pese a la fecha y a la lejanía, se acercaron a mostrar sus condolencias. Al lado del féretro yo, consternado, tenía la mirada clavada en el suelo. La alcé al percatarme de una presencia muda, un cuerpo inmóvil que aguardaba frente a mí, y me encontré con aquel rostro cincelado y una mirada sincera llena de cariño, de compasión, de ternura. Ninguna palabra se deslizó sobre un manto de tres años de silencio. Y, tras ello, epítome de la elegancia, desapareció. Las normas de nuestro contrato imaginario, sólo hablar cara a cara, no me dieron la oportunidad, en medio de las vacaciones estivales, lejos del hogar y tras tanto tiempo sin vernos, de agradecerle que estuviese allí, a mi lado, en un momento tan emotivo. Hace unos días supe de su fallecimiento, junto a su familia, en un trágico accidente, cerca de donde tuvo lugar nuestro último encuentro, así que ahora sólo puedo hacerlo desde estas líneas. Gracias y hasta siempre, Domingo.

TENIENTE CORONEL MÉDICO MARTÍN GASCÓN HOVE