Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La Feria que sobrevive en las tesituras más dispares

Con el espíritu de Javier Brun depositando su entrañable sonrisa y la omnipresencia de Luis Lles, dos gestores culturales que han marcado la reconocible y ovacionada trayectoria de la creación en la capital, arrancó la Feria Internacional de Teatro y Danza en una mezcla de guiones tan diversos como la vida misma (en la que, sin solución de continuidad, lloramos ante la tragedia, fruncimos el ceño por el drama, nos sorprendemos con el absurdo y reímos con la comedia) y de piruetas inconcebibles para bailar con las circunstancias que nos ponen a prueba y con las manifestaciones de nuestra voluntad inquebrantable frente a la resignación.

Negar la dificultad de componer una programación en medio de las rigideces de la pandemia que contribuyen a favorecer el siniestro desdén de una parte de la sociedad por la cultura sería una ingenuidad o un engaño. Pero pensar que, a lo largo de casi siete lustros, esta feria que se tiró desde sus orígenes al mar de la austeridad y en él se ha bañado salvo honrosas excepciones, para dibujar una singladura comparable con certámenes dotados copiosamente de presupuestos públicos, no ha padecido la oposición de arenas movedizas absorbentes es desdibujar la admirable y meritoria evolución de la resiliencia de la cultura. Entre sus enormes virtudes, la capacidad de ir perfilando la trayectoria con versatilidad para adecuarse tanto a las necesidades de los programadores como a los hábitos de un consumo verdaderamente responsable de los amantes de las artes escénicas. En esta edición, las tendencias se entremezclan con mensajes como el derecho del medio rural a disfrutar de lo mejor del teatro, pero sobre todo con la irreemplazable necesidad del ser humano de convivir con la belleza, la reflexión y el conocimiento, Diario del AltoAragón