Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Chillida y Otegui

Chillida y Otegui
Chillida y Otegui
EFE

Eduardo Chillida preconizaba que el ser humano ha de tener el nivel de dignidad por encima del nivel del miedo. Siempre. El genial escultor vasco formó parte del grupo de intelectuales que, a primeros de los ochenta, quiso detener la brutal deriva terrorista con el manifiesto "Aún estamos a tiempo". Otegui, apenas unos meses antes, había secuestrado al delegado de Michelín en Vitoria, y un poco antes asaltado el Gobierno Militar en San Sebastián. En 2000, el artista mereció un homenaje que ETA quiso reventar con ocho granadas junto al Museo de Chillida que iban a inaugurar los reyes. Otegui era entonces diputado por Herri Batasuna, acusado por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco de apología del terrorismo. Obviamente, ni condenó ni lamentó la tentativa contra el arte, la cultura y la humanidad proyectada en el Chillida Leku de Hernani.

Este miércoles, veinte años después de aquella indignidad, Arnaldo Otegui se vanaglorió del respaldo de Bildu a los Presupuestos Generales del Estado y de la fluida y vieja interlocución con el PSOE. Un toque para los convencidos de que ETA ha sido derrotada, que son quienes ven la serie Patria como un espectáculo cinematográfico más y no la expresión del terror favorecido por una amnesia ética enfermiza. El vicepresidente del Gobierno saludó la "buena nueva" porque un agente más se suma a la dirección del Estado. Inquietante e inmoral.

Otegui, cómodo con la máscara que es parte de su atuendo vital, se siente con poltrona, y ha sido cinco veces condenado por terrorismo. Ha apoyado a los salvajes de Alsasua y sigue sin mostrar un mínimo respeto a las víctimas de las acciones de sus conmilitones. Hoy, España ha descendido su nivel de integridad. A golpes.