Opinión
Por
  • ROSI CACHO B.

Mi hermana Mari

El 16 de octubre falleció mi madre a los 78 años de edad. Andresa se llamaba. Nosotros cariñosamente le llamábamos André o Andrea o simplemente yaya. Mi madre fue una mujer "de su casa" y todo bondad, nunca ambicionó nada ni se quejó de nada, a pesar de no haber tenido una vida precisamente fácil. Allá dónde iba no pasaba desapercibida, tenía un carácter entrañable y campechano. Todo el mundo la quería. Ella era feliz teniéndonos a nosotros alrededor, a sus seis hijos (2 hijos y 4 hijas) y a sus 8 nietos, no necesitaba más. Ahora también tenía la ilusión de otro nieto que está en camino. Nos contagiaba su alegría y su buen humor.

Nos parecía que al estar en el pueblo teníamos a los yayos más protegidos, nuestras visitas las justas y siempre con mascarilla, pero un día el temido Covid "entró" en casa de mis padres (el cómo es otro tema del que ahora no quiero hablar, aunque todos lo sabemos). Fue entonces cuando a los hermanos nos entró el pánico y no sólo porque mis padres son personas de riesgo sino porque había que atenderlos de inmediato y todos tenemos nuestras vidas, además del miedo al contagio. La primera que dio el paso sin pensarlo fue mi hermana Mari. Mis padres nos necesitaban y ella no lo pensó dos veces, se metió en su casa para atenderles las 24 horas. Lo demás podía esperar, su casa, sus hijas, su trabajo, su pareja, hasta su propia salud...

Todo ha sucedido muy rápido, mis padres empeoraron y primero ingresaron a mi madre, a los dos días a mi padre; tres días después falleció mi madre, estando todavía ingresados mi padre y mi hermana Eva, que tiene casa en el pueblo y cuidaba de ellos los fines de semana y por lo tanto también se contagió. Tuvo que estar ingresada en el Hospital Clínico de Zaragoza. Fue todo una pesadilla y todos sufrimos la muerte de mi madre (mi padre y mi hermana Eva seguían ingresados todavía y aislados) y mi hermana Mari estuvo esa noche sola en casa de mis padres. No podía salir, estaba confinada, a pesar de haber tenido todos los cuidados, también se contagió. Por fin, mi padre y mi hermana Eva fueron dados de alta, pero mi hermana Mari siguió cuidando de mi padre.

Todos los hermanos hemos ayudado en lo que hemos podido yendo y viniendo, pero nada que ver con el sacrificio de mi hermana Mari. Desde estas líneas quería además de rendir un pequeño homenaje a mi madre (aunque se merece el más grande), reconocer y dar las gracias a mi hermana Mari por haber cuidado de nuestros padres. Aunque tú le quites importancia, puedes estar orgullosa de haber hecho lo que siempre haces, estar pendiente de todos nosotros sin pedir nada a cambio. ¡Gracias, hermana! ¡Te queremos!