Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

El árbol de los sueños

El árbol de los sueños
El árbol de los sueños
CAIXABANK

Sumergidos en el mar de la tristeza, oculta nuestra sonrisa tras la máscara censora de la expresión, abrumados por números que sólo restan y dividen porque se ha descolgado el resto de las matemáticas, ansiosos y angustiados por la desesperanza, sin horizontes, solos con nuestros soliloquios, sólo husmeamos de la Navidad la inminencia de un periodo de incertidumbre. Robado el mes de abril, limitado el verano, caído el ánimo con las hojas en otoño, con una perspectiva nada inmaculada, nuestra frágil memoria ciega no sólo el recuerdo, sino la expectativa de los niños. Confieso que ayer, cuando fui invitado por Elena Martín a la presentación de El Árbol de los Sueños de Caixabank, me sorprendí al constatar que en mi horizonte están difuminadas las escenas de la etapa más entrañable del año, de la más cálida.

La Navidad es el escenario en el que volcamos nuestras ilusiones, nuestras nostalgias, nuestras remembranzas, nuestras penas y alegrías, nuestros rezos. Pero es, ante todo, la película en la que admiramos las reacciones de los pequeños. Todos debiéramos ser, como se define Francesco Tonucci, "niñólogos", observadores de la vida de ellos para ayudarles a elevar el Lego de sus existencias, con pulcritud, paciencia y comprensión.

Nada conmueve más que la lágrima en la mejilla de un niño, tristeza en el rostro, ojos sin brillo, ayuno de comodidades, anhelante de esas diversiones que un congénere disfruta sin más mérito ni condición que él. Sólo por desigualdad, por injusticia. Si está en sus manos, querido lector, haga como el banco. Piense en una angelical criatura sin medios, indague sobre su juguete preferido y, si colma la carta de felicidad, sepa que ayuda a plantar los sueños de la humanidad.