Empatía con la hostelería
En el enriquecedor Reset, Nuria Chinchilla aseguraba que, más que nunca, son precisas las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Y las actualizaba con la toma de decisiones para la primera y la inteligencia emocional en la última.
A 29 de noviembre de 2020, las cuatro están en riesgo y hay que conjugarlas para toda gobernanza. Imperativamente. No hay libre elección posible para la dirigencia, que, permítanme el anglicismo, debe ser "coach" que acompañe al administrado, a la sazón -aunque lo olviden en el ínterin de urna a urna- elector. el que tiene la facultad del albedrío.
El político ha pasado de aleccionarnos a abroncarnos, a imponer conductas, bajo su "sacrosanto" ordenamiento -versión profesora Chinchilla, "ordeno y miento"-. Y, en la arquitectura social a la que alude el coronel Baños, nos enfrentan con una trinidad sobre una espiral del silencio: sanidad, seguridad, sociedad. Toda discrepancia condena a la condición de "enemigo público". Y en el futuro convendremos que el virus no sólo mata, sino censura. Y que la divergencia es el eje sobre el que rueda la democracia. El monolitismo es insano.
Son hosteleros. Raúl aparta la mirada con tristeza: al frente no ve nada. Carmelo se desespera. Tapha se resigna. David cierra. Diego reflexiona: las montañas de la ley son menos salvables que las de Formigal. Josetxo y Ramón suspiran. El futuro propio es incierto. El de sus trabajadores, demasiado cierto. El de sus clientes, triste, europeizante. El desarraigo.
Cuando van a Sanidad, necesitan verdad y soluciones, pero también comprensión. Algún sí. Empatía. Y una sociedad que escuche. Nuestra cultura, nuestros hábitos, corren el riesgo de ser de "take away". Quizás no lo crean: nos jugamos nuestra vida.