Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Cáritas y las tensiones en la red familiar

La actividad de las Cáritas diocesanas representa siempre el mejor barómetro social de cualquier territorio, la fórmula más certera para medir las disponibilidades y las carencias de los colectivos más vulnerables, la suficiencia de las ayudas de las administraciones, la solidaridad desde el conjunto de las comunidades, la profundidad de las crisis económicas o de las catástrofes naturales, sanitarias o de cualquier otro orden. La de Huesca ha incrementado en el presente ejercicio un 45 % su consignación para apoyar a las capas más débiles del entorno, prácticamente dos mil acciones con un valor de 237.452 euros, la mitad prácticamente destinada a vivienda.

Cuando los recursos son más limitados de lo habitual (nunca son suficientes para asistir a todas las necesidades de la dependencia, de la discapacidad, de la pobreza y de la ruptura de la integración social), una de las redes más fuertes por nuestras propias convicciones, la familiar, sufre de unas tensiones que ponen a prueba la resistencia del amor fraternal antes de que se produzca una situación desesperada. La covid-19 ha extremado la fragilidad de la cadena de la solidaridad, que ha de moverse presta para solventar los grandes agujeros en las prestaciones sociales y la enorme sima que representa la pérdida de puestos de trabajo. Al final, la armonía que se busca en las relaciones entre los individuos de un territorio se ve amenazada por la complejidad de armar el dispositivo apropiado para que el hambre, la miseria, las desigualdades y las injusticias no mermen también las oportunidades a través de las penurias sanitarias y de las deficiencias educativas. De ahí la trascendencia de acudir, desde la retaguardia o en vanguardia, con los brazos dispuestos a empujar del carro de las Cáritas y otras organizaciones sociales.