Opinión
Por
  • FERNANDO JÁUREGUI

La estupenda señora Merkel y los avispados británicos

La estupenda señora Merkel y los avispados británicos
La estupenda señora Merkel y los avispados británicos

Europa es una realidad siempre en construcción, un edificio magno constantemente amenazado de derrumbe. Pero yo diría que, tras unos meses de franco desconcierto, impulsado, esta vez, por la pandemia, la Unión Europea parece haber iniciado un camino acertado: se han desbloqueado los fondos de reconstrucción -suspiro de alivio en La Moncloa, y no solo allí-, vencido el empecinamiento ultra de polacos y húngaros; y parece, parece, que la negociación del Brexit no acabará el año con desastre total. Bueno, eso y la inminente salida de Trump de la Casa Blanca puede figurar en el ínfimo registro de buenas noticias o, mejor, no-del-todo-malas-noticias, que no lograrán compensar el alud de titulares negros que la covid y la ineptitud de algunos políticos han sembrado durante meses en nuestros periódicos.

Apasionados como estamos los españoles mirándonos el ombligo, apenas tenemos tiempo para ver lo que ocurre fuera de nuestras fronteras. Y yo diría que este jueves ha sido, rara avis, una jornada apta para un cierto optimismo universal en medio del páramo de esos titulares pesimistas a los que me refería. Así, la consolidación de Europa, que nunca acaba, parece haber dado uno o dos pasos adelante, la vacuna contra la covid es ya una realidad tangible y puede que la Navidad no sea, al fin y al cabo y con cuantas restricciones se quieran, tan, tan mala como nos temíamos. Veremos. Por tratar de esperanzarse que no quede.

Me reconozco tan fan de Angela Merkel, la gran arquitecta de Europa, y de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, como detractor del peculiar "premier" británico Boris Johnson. Las me parece que muy sinceras lágrimas de la canciller alemana, lamentándose, no sin cierta autocrítica, por las muertes excesivas (todas, cada una, lo son) derivadas del virus, me produjeron una dolorosa sensación de contraste con el autobombo del portavoz sanitario español en una revista científica británica: aquí no salimos del "todo lo hemos hecho bien", como si nada.

En cuanto a Johnson, que tanto ha metido la pata, entre otras cosas, con el Brexit, tengo que reconocerle el valor de haberse lanzado a vacunar a "sus" ciudadanos mientras el ritmo paquidérmico de Europa aún está pendiente de no sé muy bien qué requisitos de última hora: ¿cuánta gente se infectará de aquí a finales de enero, cuando pueden comenzar las euro-vacunaciones . No solo eso: los británicos han buscado, supongo, y encontrado, a un ciudadano llamado Willian Shakespeare para ser el segundo en vacunarse. Estos de la pérfida Albión saben de imagen y comunicación: ni siquiera al genio monclovita se le habría ocurrido buscar a alguien llamado Miguel de Cervantes para vacunarle con publicidad y alevosía en algún centro clínico de La Mancha. Suponiendo, claro, que hubiésemos sido capaces de competir en la carrera "vacunacional".

No participo de ninguna manera en los seculares complejos de tantos españoles ante lo que hacen los vecinos del norte (y ahora, los del Oeste. Y el día menos pensado los del sur, que tan pérfidos son en el encaje de bolillos diplomático en el que tan torpes somos por aquí). España es un gran país, que sabe funcionar al margen de sus dirigentes. Pero debemos reconocer que, en cuanto a atención desde los poderes al ciudadano, tanto en Francia como en Gran Bretaña, incluso en Italia y, cómo no, en Alemania o en los países nórdicos, nos dan sopas con ondas. Y no, no es un tópico. Es, simplemente, la puñetera verdad, que constatamos, a nuestra costa, cada día.