Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

William Shakespeare

William Shakespeare
William Shakespeare
EFE

Reíase Fernando Simón ante la pregunta de un periodista sobre la eventualidad de que Reino Unido pusiera la primera vacuna contra la covid: Boris Johnson tendrá alguna elección a la vista, respondió. Pero lo cierto es que una nonagenaria, Margaret, fue la primera inoculada con la fórmula magistral. Pero muchos nos quedamos con el segundo, ni más ni menos que William Shakespeare.

No se le ocurrirá a este escribano loar las ocurrencias de ese botarate -mal llamado "clown" en un atentado a tan digno oficio- que es Boris Johnson, pero tiene un apego a la combinación de la marca "british" y la suya personal (si hubiera que escoger, no duden cuál impulsaría más) que ofrece estos buenos productos. Seguramente no será casual que la primera sea Margaret (otra dama de hierro) ni que el segundo sea el fabuloso dramaturgo cuyo centenario de su muerte celebraron los ingleses con todo lujo de rituales hace cuatro años. Shakespeare legó una obra copiosa y fantástica, con protagonistas que personificaron los pecados capitales (la soberbia, avaricia, ira y envidia de Macbeth), los celos en Otelo, la duda en Hamlet, el perdón en El Rey Lear, el amor idealizado en Romeo y Julieta, y la bondad en El Mercader de Venecia.

Ante ese tributo al gran William, contraponemos la desidia, pusilanimidad y complejos en las conmemoraciones de Miguel de Cervantes, Camilo José Cela o Benito Pérez Galdós. Claro, si a altos profesionales les oyes decir que remembrarlos es casposo, frente a la admiración en todo el mundo, cabe concebir que para las primeras vacunas en España buscarán a un heredero del innoble Próspero Bofarull o al abertzale Joseba Sarraonaindía. Plural y palurda. La España de hoy. El peor virus.