Opinión
Por
  • JUAN GARCÍA

La batalla contra la concertada

La batalla contra la concertada -más allá de los inalienables derechos de los que se priva a los padres e incluso de los aspectos económicos que ahogan la iniciativa privada- esconde un objetivo de uniformidad ideológica y de intervención en contenidos que solamente busca el adoctrinamiento sectario de niños y jóvenes, objetivo que en centros privados, concertados o no, es mucho más difícil de conseguir que en la pública.

El destierro del español -además de que supone una genuflexión indigna ante el separatismo y que es muestra del odio a todo lo español de ciertos sectores y dando por descontado que a Sánchez y a Celaá les trae absolutamente sin cuidado en qué idioma se hable en Cataluña, en el País Vasco o en las Baleares- pretende camuflar el desbroce del terreno para que la separación de España y la pretensión de encerrar en un gueto a quienes se sienten españoles, sea un paseo triunfal en un referéndum de independencia dentro de no demasiados años y que ahora, en voz de los propios separatistas, se perdería.

Los planes de estudio -y sobre todo los contenidos en lengua y literatura, historia, biología y ciencias naturales- solamente son procedimientos para lavar el cerebro a generaciones incultas y prácticamente ayunas de criterios morales, en materias básicas para el conocimiento de la ley natural, de la ética más elemental en cuestiones referentes a la vida, al sexo o a la ideología de género y que se reservan desde los 6 años para una obligatoria educación sexual, saltando una vez más por encima de los derechos más connaturales a la paternidad.

Que los árboles de derechos inmediatos como la elección de centro, la libertad de los padres para determinar la educación de sus hijos o la de los ciudadanos para establecer centros educativos con su propio proyecto pedagógico, todos ellos irrenunciables, no escondan los segundos tiempos de una ley decisiva y cuyos nefastos resultados pueden llegar a ser bien visibles en las inmediatas generaciones.