Opinión
Por
  • ADOLFO COSTAS GASCÓN

La fuerza ejemplarizante de las denuncias

Los de mi generación (mayores de 60 años) recordarán cómo algunos guardias civiles de tráfico cuando se detenían a los márgenes las carreteras para controlar la circulación, introducían su mano derecha en la solapa del cuero de su uniforme. Lo que dio lugar a alguna anécdota curiosa, como que: en una ocasión una conductora al ser informada de que iba ser denuncia, propuso a su denunciante: "antes de escribir, póngase usted la mano en el pecho", a lo que éste refirió: "sí señorita, así lo he hecho". Ironías aparte, está demostrado el carácter preventivo de las denuncias y, al respecto, me vienen a la memoria dos casos dignos de mención: en una carretera secundaria, un tractorista no respetó la señal de STOP, y el guardia de tráfico le perdonó la denuncia, con la sorpresa de que, a los pocos días en el mismo cruce, este tractorista reincidió en su infracción y falleció al ser arrollado por un camión. En este ejemplo el objetivo ejemplarizante de las denuncias en la evitación de accidentes, está claro. No lo está tanto, en el acaecido con un camionero que colisionó contra un turismo, por una imprudencia suya e ir circulando bajo los efectos del alcohol, resultando fallecidos los dos ocupantes del segundo vehículo. En la investigación del accidente, se constató que el camionero, en un bar próximo al lugar, y poco antes del accidente, estuvo bebiendo y despotricando contra el denunciante. Ante este hecho podríamos preguntarnos: ¿en algún sentido esta denuncia, pudo intervenir como causa del accidente Pues bien, sin entrar a valorar: la actuación del denunciante, que fue la correcta, ni la responsabilidad del siniestro, que es evidente (teoría de la equivalencia de las condiciones). El motivo de reflexión sobre el caso, está servida.