Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

La lotería y el destino

La lotería y el destino
La lotería y el destino
EFE

My friend Fran, profesor de inglés, me explicaba su estupefacción por el apego que los españoles tienen a la lotería. Lo pongo en tercera persona del plural porque ni él ni yo somos especialmente adictos a los juegos de azar.

Todo tiene explicación. La escuchaba ayer al divulgador Jorge Alcalde: la lotería nos reúne a todos en torno a una ilusión que se convierte en colectiva, que nos iguala hasta que el bombo decide quiénes son los nuevos ricos y quienes mantienen su estatus. Es la diferencia entre quienes han visto premiada su creencia y aquellos a los que los niños de San Ildefonso han comunicado por vía indirecta que lo suyo se ha quedado en quimera.

García Márquez lo explicó de manera espléndida en "El coronel no tiene quien le escriba", cuando el protagonista es interpelado con una muestra de realismo ("La ilusión no se come") y él replica que "no se come pero alimenta".

La esperanza, aunque provenga del azar, acarrea unas dosis de alegría, de satisfacción, que los neurocientíficos y otros profesionales convierten en beneficios: excitan una serie de sustancias que inducen sentimientos positivos, ánimo e incluso una mayor productividad. Sonrisas sin lágrimas, incluso una espiritualidad que fructifica en nuestras existencias y tonifica nuestros cuerpos.

Y, sin embargo, más allá del anhelo de salud que acompaña la finalización del sorteo sin Gordo, este año redoblada, la ilusión que debiéramos adoptar es la de buscar las riendas de nuestro destino, que como decía el inefable Fermín Romero de Torres de Carlos Ruiz Zafón, está a la vuelta de la esquina: como vendedor de lotería, furcia o "chorizo"... Pero lo que no hace es visitas a domicilio.