Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Hablen con ellos, ¡joder!

Hablen con ellos, ¡joder!
Hablen con ellos, ¡joder!
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Permítanme la interjección de asombro e irritación para llamar su atención, para compadecerme de quien no pudo establecer la conexión maravillosa que yo disfruté, para concienciar a quien teniendo la posibilidad -aún- no la ejerció y para advertir a quien "pasa" de sus progenitores de que está cometiendo un delito ético de lesa humanidad cuya pena no es otra que la pérdida de la integridad propia.

Es una paradoja en esta ocasión placentera. Las nuevas tecnologías habían servido durante los últimos años para desatender a los mayores sentados en nuestra mesa para enviar fotos, vídeos, memes y memeces a colegas a cientos de kilómetros convirtiendo la cercanía natural en alejamiento real. Si un milagro, aparte del Nacimiento del Niño Jesús, ha propiciado esta Nochebuena de 2020 ha sido poner los celulares al servicio del humanismo, cuya máxima expresión es robustecer los lazos paternofiliales. En mi caso, maternos. Nuestra leve conversación previa a la cena ha sido uno de los instantes más emotivos, intensos y maravillosos que hemos vivido. Difícil sentirse más unidos que a través de esas sonrisas, y de esas lágrimas apenas contenidas que purifican el cariño hasta la eternidad del compromiso del amor. Las palabras, muy sentidas y casi innecesarias. El más bello brote de los labios de una persona es madre, mamá. Y padre, papá, para los afortunados que aún lo tienen.

Hace meses, el oscense Alberto Ibor fue rey mago que llevó 550 tabletas a las residencias de la tercera edad aragonesas para que los residentes pudieran ver a sus familiares. Desconozco el grado de utilización. Agradezco a los que las usan su humanidad. Y pido a quien no lo haga que rectifique. Hablen con ellos, ¡joder! Hacerlo les hará mejores.