Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Delación preventiva

Delación preventiva
Delación preventiva
E.P.

Aun reconociendo a la consejera de Sanidad del Gobierno de Aragón, Sira Repollés, un ojo avizorado, es como mínimo precipitado aventurar que la tercera fase agravada obedezca de manera exclusiva a determinados desmanes del cambio de año. De hecho, no ha habido siquiera tiempo suficiente para que el virus haya hincado sus colmillos en quienes hubieran cometido tropelías -presuntas- contra la salud pública. Incluso, cabe preguntarse si en la cuarta ola en ciernes ha tenido una influencia decisiva la hostelería, el auténtico "capacico de las yoyas -sustituyan si quieren el término por el de las formas eclesiales-" coronavíricas.

Estamos en tiempos preventivos sin remisión. Como sucediera en aquellos tiempos de trío de las Azores y la guerra contra Hussein, los daños colaterales pueden resultar inquietantes. En el fondo, la aplicación sin certezas de determinadas medidas coercitivas, por más que sean más o menos bien intencionadas, puede engendrar dolor y, como toda generalización, injusticia.

Y, sin embargo, sin plazo casi ni para la resaca, ya se percibe una de las más aviesas consecuencias de la pandemia. La inquisición, como escribió Arturo Pérez Reverte, es el fruto de la delación y de la cobardía social. Ambas perlas son hoy virales en las redes sociales, donde los propios y los ajenos, diestros y siniestros, pros y contras, se han abalanzado sobre las cuadrillas de insensatos que, presuntamente, se arremolinaron cual Sodoma y Gomorra para procurar dolor, enfermedad y muerte a la humanidad. Y quien delata se convierte, al apuntar sin denuncia y seguramente sin pruebas, en un ser mezquino. En esta atmósfera, reina Torquemada.