Opinión
Por
  • JIMENA SÁNCHEZ CALDERÓN

El polvorón

Tanto las entrañables fiestas navideñas como las festividades de fin e inicio de año, suelen ser momentos propicios para que el común de los mortales se rinda sin complejos ante -indudablemente- uno de nuestros dulces más castizos y placenteros: el polvorón.

Porque, dejando a un lado la innumerable batería de sugerente repostería importada que nos asalta desde el interior de las cafeterías así como las dietas y hábitos alimenticios hipo calóricos que los expertos con mimo nos han elaborado, no dudamos -eso sí, durante un corto espacio de tiempo- en la experiencia placentera de degustarlos.

Claro está que, el reto al comerlos es tan árido como el de la famosa carrera desértica del Dakar, que atraviesa en la actualidad cinco países sudamericanos desde el 2009 (Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Perú) y, donde una de sus advertencias, es la de "sin litros de agua, muerte segura".

Y es que gran parte de la ciudadanía anda un poco harta ya de tanto color y azúcar glasé en la cantidad de mantequería que se oferta hoy día, prefiriendo que la manteca, almendra, harina y azúcar ligeramente horneado -propia del sobrio polvorón español- nos envuelva con su indiscutiblemente dulzura gastronómica.