Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Filomena y Maquiavelo

Filomena y Maquiavelo
Filomena y Maquiavelo
P.S.

Pedro y Loreto intentaron llevarme al lado oscuro del amor por la nieve con una propuesta seductora: coger una bola, apretarla, ponerla en copa de balón y verter vermú, limón y olivas. Mi aversión a los mantos blancos es legendaria. En Pamplona, cuando cae, provoca importantes problemas de tránsito, y algo similar ocurre en todo pueblo y ciudad. Ayer mismo lo hablaba con un alcalde de la provincia. Más allá de que en este elemento se han pertrechado algunos de los más horribles crímenes cinematográficos que han impregnado el color níveo de sangre, los temporales me han parecido, en la procacidad del lenguaje castizo, un coñazo.

Sin embargo, tras el buen intento matinal de los aludidos, mi sempiterno rechazo varió conforme me dirigía de casa al diario y veía a los niños correr, saltar, reír, lanzarse bolazos (esquivé todo riesgo) y elevar muñecos de nieve con más o menos pulcritud, pero siempre con una ilusión desbordante. Después de los Reyes, este regalo natural. Y me acordaba de los meses que estuvieron rígidamente confinados, cuando rigidez e infancia deben ser imprescindiblemente incompatibles. Tras sus miradas, brillaban las sonrisas ocultas bajo las mascarillas. Dejad que los niños se acerquen a mí, dijo el Señor.

Quizás, quién sabe, la alegría en los rostros infantiles tenga algo de premonitorio, una vacuna contra la tristeza y la desesperanza, vida frente a la muerte acechante. Y, entonces, maquiavélico de mí, concebí que, en circunstancias que lo exijan, el fin justifica los medios.

Y pensé en Filomena y el señor Google me llevó a un grupo infantil argentino, Vuelta Canela, que en la canción con nombre de la borrasca entona que "Filomena tiene un sol para cada niño". Y la nieve me gustó.