Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Los alcaldes orquesta

Los alcaldes orquesta
Los alcaldes orquesta
A.M.

El conde de Coruña, del entremés Los Alcaldes de Daganzo de Cervantes, hubiera dado su plácet a muchos de los munícipes que por nuestra geografía pululan. No están sometidos a cuitas judiciales como el de Zalamea de Calderón, empeñado en su misión casi única de salvar el honor mancillado.

Son tan honorables como polifacéticos. En sí mismos, una orquesta una y plural, omnipresente, cual si se hubieran encontrado clones. Estos días, con Filomena tensando la cuerda, he hablado con algunos. Con Toño de Fonz, Sonia de Sesa, Isaac de Monzón, José Ángel de Almunia, Paco de Tamarite de Litera...

Las malas lenguas urbanitas creen que el alcalde es un ser encaramado a un sillón con su vara y envarado, e incluso algunos sostienen que atesoran prolijos caudales. Forma parte de una educación ciudadana confusa y difusa por una atmósfera más dada al rebaño (como la inmunidad) que a la reflexión.

Un alcalde de pueblo es un hombre (o mujer) orquesta. Cuando sale de casa, es un psicólogo que escucha las inquietudes del vecino, un sociólogo que ausculta la complexión real del pueblo y un observador de las carencias. Llegado el ayuntamiento, se convierte en economista-jefe, urbanista, ingeniero, servidor social, hombre de la cultura, deportista, embajador y, otra vez, coloca el diván para los pocos residentes que piden cita (habiendo calle, para qué solicitarla). Fruto del conocimiento humildemente adquirido, acude presto a ayudar allí donde su autoexigencia le deriva.

Y, cuando Filomena ataca, achica aguas en las inundaciones, arregla tuberías y tira de pala y escoba para dejar todo expedito. Así que, querido vecino, discrepe pero dé un abrazo virtual a su alcalde. La figura, en sí, es entrañable. Insustituible.