Opinión
Por
  • SERGIO BERNUÉS CORÉ

Tratado de la decencia

C mo planteaba el psiquiatra vienés Viktor Frankl, "hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de los indecentes". Ambas etnias habitan en todo tipo de colectivos por encima de cuestiones sociales, culturales, políticas, religiosas… Unos construyen puentes, los otros los dinamitan. Los primeros confían ciegamente en la colaboración y en la cooperación, en aunar voluntades en pos de un objetivo común, en el nosotros. Los últimos se mueven como pez en el agua en la crispación y el conflicto, en el dualismo de negros y blancos que obvia todo el resto de la paleta polícroma, en las trincheras de la verdad única e incuestionable.

Más allá de ideologías obsoletas e interesadas, que dificultan el pensamiento crítico, debemos prestar una mayor atención a las ideas y a la acción, a la búsqueda efectiva de soluciones a los problemas que nos oprimen, obviando colores y banderas. Es fundamental recuperar la razón y la reflexión pausada, profundizar y cuestionar las cosas, con objeto de establecer diálogos enriquecedores que nos ayuden a mejorar, huir del sensacionalismo y el populismo barato que es alentado por la superficialidad y la rabia.

En esta deriva compleja a lo que nos vemos abocados, la empatía se convierte en una herramienta fundamental que nos debe permitir ponernos en la piel del otro, para comprender y actuar en consecuencia, para escuchar el doble de lo que hablamos de igual manera que poseemos dos orejas y una boca.

El fin no debe justificar los medios, es vital aprender del pasado para construir el futuro cimentándolo en el presente. Debemos penalizar la mentira y recuperar viejos valores, buscar la coherencia entre lo que hacemos y decimos sin extravagantes piruetas que intenten explicar lo inexplicable. Asumir y reconocer el error como punto de partida para mejorar y crecer.

Hemos diseñado una realidad paralela e idealizada, que mostramos sin pudor en el universo virtual. Sólo la forma importa, y el maquillaje se erige como el elixir mágico que todo lo puede. Esclavos de la aprobación de otros, y vigilados por el gran hermano, debemos prestar menos atención a la pantalla tirana y recuperar los pequeños placeres de antaño, alejados de cualquier medio electrónico.

En este ambiente en el que prima la estética es necesario recuperar la ética, la conducta personal que obvia lo incorrecto y elige lo correcto, la moral, el buen vivir, la búsqueda de la virtud, el hacer para ser. Será clave impregnar a las nuevas generaciones de valores universales que les proporcionen herramientas para construir un mundo mejor por encima de localismos miopes, dotarles de la suficiente amplitud de miras para elegir y discernir.

La inmediatez se ha convertido en una lacra y es preciso no olvidar que las cosas realmente buenas requieren su tiempo, que para alcanzar los mejores resultados es necesario mezclar sacrificio y experiencia. Por tanto, la constancia y el esfuerzo siguen siendo fundamentales para escalar las más altas cotas.

Ante la polarización se torna necesario huir de los extremos y buscar el equilibrio. Como esgrime el pensamiento budista, la virtud reside siempre en el camino medio.