Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Nadie pidió la zanahoria

Nadie pidió la zanahoria
Nadie pidió la zanahoria
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Mes 10, día 307 desde la proclamación del estado de alarma. Perspectiva para el análisis. Hemeroteca tan fácil como en desuso. Si van a aquel 15 de marzo, llorarán más que reirán. Ni siquiera la canción de Peret consuela.

Asegura la tradición que, para mover a un burro, no hay como ponerle la zanahoria a la vista y atizarle con un palo por el trasero. Fórmula infalible. Sin embargo, en el ambiente irredento de las personas emprendedoras -en general, quienes quieren tomar sus riendas sueltas-, se comprende que dejarse guiar por esas instrucciones es tanto como asumir que somos unos asnos sin libre albedrío, sin capacidad de decisión. Si nos sometemos, nos tornaremos adictivos de los movimientos reflejos, sucumbiremos a la necesidad ética y acortaremos el radio de acción de nuestro pensamiento.

Analizando las últimas semanas, hemos de exigir responsabilidades ante una realidad como es la zanahoria que, emulando al que tiró la piedra y escondió la mano, nos pusieron desde Madrid para que, después, fuera responsabilidad de las autonomías coger el palo para empujar al pollino hacia donde estaba el pesebre de Belén, que no necesariamente había organizado mesas ni de diez ni de seis comensales, para empezar porque el mobiliario real no existía, como ahora se quiebra el intelectual.

La toma de decisiones está barnizada de esperpentos. Forfaits semigratuitos con estaciones cerradas, semanas blancas con la negrura ambiental, bares abiertos cuando no hay clientes y clientes dispuestos cuando no hay bares. Un despropósito que mina la moral y debe reforzar la facultad crítica. Porque nadie pidió la zanahoria.