Opinión
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  • Diario del Altoaragón

El reto de conservar la esencia festiva

San Vicente pasó para la ciudad de Huesca como una celebración íntima, apenas social, que es la condición que se le supone a un acontecimiento de estas características. La pandemia nos obliga a pasarnos de frenada de tal manera que podríamos considerar 2020 y 2021 una purga de nuestra hiperactividad habitual. Ya lo decía Shakespeare, que si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar. La pena que padeció ayer la capital la van a replicar en pocos días en Zaragoza o en Barbastro, se ha sufrido por San Antón y San Sebastián con sus correspondientes patrocinados, los animales y los atletas, y presumiblemente correrán la misma suerte la Semana Santa (la más prestigiosa del mundo, la sevillana, ya ha adelantado que prácticamente ni por milagro podrá sacar todo su brillo).

El ritmo de la vacunación, inversamente proporcional al del virus hasta la fecha, deja en el aire incluso los fastos patronales del verano, y es que de hecho incluso el presidente del Gobierno puso en duda las opciones de concitar turismo extranjero en el arranque del estío.

En estas circunstancias, en las que se imponen cualidades como la paciencia, la prudencia y el aplomo para soportar el rigor de las medidas sanitarias, cada sociedad está comprometida con el objetivo de salvaguardar sus tradiciones pese al paréntesis triste de una o dos ediciones. Aunque el consuelo nos lleva a formulaciones como la relevancia auténtica que le vamos a dar por la pérdida de estos meses, lo fundamental de verdad es reforzar las convicciones, la esencia festiva, el compromiso de convivencia y nuestro carácter social, eso sí, conscientes de que en el futuro habremos de estar atentos a cualquier señal para prever toda contingencia. Viva San Vicente 2022.