Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

El plan Illa

Ya no sé qué es peor, que Pedro Sánchez mienta o que lo haga con ese desparpajo indecente de los que van tan sobrados que no conocen el sonrojo. Ahora resulta que el ministro de Sanidad saliente ha hecho la mejor de las gestiones, pero el presidente aplaude que se vaya a hacer campaña para las elecciones catalanas. ¿En qué quedamos Si es tan eficaz, lo razonable sería que continuase en su puesto, ahora que volvemos a cifras horripilantes en la pandemia, no que se fuera a una contienda electoral de la que no sabe bien cómo va a salir parado. Illa es un señor educado al que solo se le puede elogiar que haya sido capaz de parecer que sabía lo que estaba haciendo. De su gestión podremos hablar cuando haya tiempo para ver las cosas con perspectiva, pero en todo caso no ha sido extraordinaria. También mintió Sánchez cuando dijo que había sido una iniciativa del propio Illa ir de candidato, cuando solo un día antes de anunciarlo lo negaba con todas las letras. Bueno, también puede haber mentido Illa. Sánchez tampoco dijo la verdad cuando pidió seis meses de estado de emergencia diciendo que era necesario para el bien del país, porque no ha hecho prácticamente nada pensando en la gestión de la pandemia, una tarea que ha traspasado a las comunidades autónomas porque lo que quería era no tener que acudir al Congreso por si tenía que soportar las críticas y arriesgarse a perder una votación.

Ahora dice que toca intentar la "reconciliación" en Cataluña, que es otra estafa porque lo que hace es abandonar a los que defienden la Constitución y la unidad de nuestro país. Me puedo imaginar la escena de una reunión del "sanedrín" de Moncloa, con Sánchez e Iván Redondo a la cabeza, planificando la operación política: lanzar a Illa como candidato, con el apoyo del CIS y de todo el aparato del Gobierno, con el objetivo de formar un tripartito en Barcelona, que es la mejor manera de obligar a los independentistas de ERC a seguir apoyando al Gobierno en Madrid. Unos y otros, ERC y PSC, dicen que no pactarán, pero ya sabemos lo que vale la palabra de algunos en política ahora mismo. Es más, apostaría por afirmar que ha sido Pablo Iglesias el que se ha comprometido a garantizar el apoyo de toda esa ristra de excrecencias ideológicas que forman el universo del populismo de izquierda, más o menos nacionalistas, porque también él depende de ellos. Y cada vez más si hay que hacer caso a las encuestas (no las del CIS, las normales) que adelantan el inevitable descalabro de ese partido o esa partida, como quieran.

Lo que no me esperaba es que les hubiera salido tan mal la planificación, porque desde que empezaron con esto, no ha funcionado nada como lo habían previsto. No hablo de que Redondo se haya contagiado de covid-19, que por cierto es algo que ha dado pie a la enésima trapacería de decir que Pedro Sánchez no ha estado lo bastante cerca de su gurú como para tener que cumplir con reglas de aislamiento, cuando todo el mundo sabe que no hay nadie que esté más próximo después de su esposa. Una cuestión esta, por cierto, que me lleva a pensar en la idiotez histérica con la que se ha tratado el tema de la vacunación de ciertos responsables políticos. Sánchez debería haberse vacunado ya y es probable que lo haya hecho, pero lo tiene que ocultar después de lo que ha pasado con el jefe de Estado Mayor, el general Villaroya, un honorable militar al que han forzado a dimitir las querellas de algunos ministros a los que no describiré por no ofender a personas que merecen ser ofendidas. ¿Alguien cree que es cabal que en estos momentos corramos el riesgo de que el presidente del Gobierno tenga que ingresar en una UCI ¿o el Rey El único que se alegraría es el vicepresidente cuarto, que estaría encantado de tener los mandos del Gobierno para él solo entre capítulo y capítulo delas series que se dedica a ver.

Los planes de la operación Illa han salido tan mal que en cualquier otro escenario habría sido mejor anularla. No me atrevo a decir si mantener la votación el 14 de febrero es o no consistente con la situación epidemiológica, porque hay versiones para todos los gustos. Lo que he visto, sin embargo, es que por ahora se parecen más al referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 que a las ordenadas elecciones portuguesas de este fin de semana. Todo ha sido un cacao de tribunales y puñaladas entre independentistas, coronado por la impresentable situación bananera de que un ministro-candidato tenía en sus manos la decisión de retrasarlas o no, con su poder discrecional para gestionar las medidas preventivas contra la pandemia.

Al final, resulta que se ha reproducido la misma situación perversa que rodeó la manifestación del 8 de marzo, cuya celebración se convirtió en prioridad propagandística del Gobierno (o de una parte como arma arrojadiza contra la otra) y de la que salió todo el país palmando cuando podíamos haber actuado ya contra el contagio. Las elecciones catalanas serán el 14 porque el conviene a Sánchez que Illa tenga mejor tirón y todo lo demás son consideraciones colaterales que al presidente le importan poco. En lugar de estar temblando por la catastrófica situación económica que se avecina y que va a hacer que la crisis de hace una década nos va a a parecer un cuento infantil, Sánchez sigue contando mentiras. Y no se sonroja.