Opinión
Por
  • Javier García Antón

La colina de Amanda

La colina de Amanda
La colina de Amanda
EFE

Siempre habrá luz si sólo somos lo suficientemente valientes para verla, si sólo somos lo suficientemente valientes y encarnarla. Son los tres últimos versos de "La colina que escalamos", el poema que envolvió en seda y compromiso la palabra elevada a los altares de los estadounidenses cuando la encrucijada les había conducido a los aledaños del precipicio. La composición delicadamente emocional de Amanda Gorman, una jovencita estudiante de Harvard fecundada y nacida de madre soltera en un barrio humilde de Los Ángeles.

La arriesgada elección de Jill Biden, cónyuge de Joe, se cimentó en la confianza en Amanda, que a sus 22 años imparte ya clases de escritura creativa en las que, recordando a Bernardo de Chartres, pregunta a los alumnos quién les ha llevado sobre sus hombros y cuáles son los motores de sus vidas.

La precocidad de la poetisa se hizo acompañar de la sabiduría acumulada a través de la pasión lectora, de la extraordinaria madurez que otorga el poso de las letras y del corazón que se entrega a los demás para encontrarse a sí mismo.

La Colina que Escalamos se ha convertido en un himno con la sola musicalidad de una voz joven que proclama, con la autoridad que le confiere el abrazo de la belleza de los sentimientos, el gran imperativo del respeto, de la tolerancia y de la convivencia dentro de la gran lección de la diversidad. No es el colofón de una ceremonia de proclamación de un presidente de los Estados Unidos, sino un patrimonio para la humanidad que sacraliza el concepto de que el amanecer nos pertenece incluso antes de saber que el silencio no es siempre sinónimo de paz y que las normas y nociones de lo justo no son siempre justas. Como cantó Víctor Jara, te recordaremos, Amanda.