Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

La Carrasca de Lecina

La Carrasca de Lecina
La Carrasca de Lecina
S.E.

Estamos concernidos todos los oscenses en la votación a Árbol Europeo del Año. Seguro que, ante esta apodíctica expresión, pensarán los utilitarios que es una frivolidad, pero en el Arte por el Arte Teóphile Gaultier pontifica que sólo es realmente hermoso lo que no sirve para nada.

Toda afirmación tiene su réplica. En sentido estricto, una carrasca nos sirve para aprender de unos tiempos en los que fue considerada una especie sagrada, en la que seguramente Pericles cortejaba a su amada Aspasia de Mileto mientras la hetaira hilaba las más sabias decisiones por las que era admirada y odiada.

Este frondoso árbol ha sido testigo de los más grandes acontecimientos sociales e incluso de la proclamación en el Somontano de la I República en 1873. Por algo está incorporado al escudo de Aragón. Por algo en junio pasado se plantaron 731, una por municipio, en todo Aragón para homenajear a las víctimas del coronavirus.

La carrasca es resistente, majestuosa y robusta. La milenaria de Lecina suma a su longevidad una descomunal altura de 16,26 metros y un perímetro de 7.

Tiene además el relato de una seductora leyenda que recubre de encanto la aspiración de inundar nuestros corazones con el reconocimiento internacional. La didáctica supervivencia de la humilde carrasca que, hace mil años, renunció a la concesión de un deseo entre una trinidad irresistible: convertirse en oro, en cristal o en perfume. Las que eligieron la primera opción fueron saqueadas por los bandidos, la segunda destrozadas por los vientos y la tercera, engullidas por los cerdos. Y ahí está, enhiesta, un milenio después, esperando que todos la votemos durante este mes. Si ya impresiona, añadir esta corona la erigirá en destino turístico único.