Opinión
Por
  • Diario del Altoaragón

VOX

VOX
VOX

Para que quede claro desde el principio y nos ahorremos discursos inútiles sobre el particular, dejaré dicho con todas las letras que no tengo nada que ver con Vox ni ese partido político me suscita personalmente simpatía alguna. Además de mis reservas respecto a ciertas partes de su programa, creo que hay una discordancia esencial entre los objetivos que persiguen sus dirigentes y su propia existencia en el panorama político, que es lo que hace imposible lograrlos. Dicho de otra manera: creo que mientras exista Vox como factor de división del voto conservador, será muy difícil, por no decir imposible, que gobierne en España una coalición que no esté basada en el PSOE, hagan lo que hagan los seguidores de Santiago Abascal por atacar al Gobierno. Por lo demás, lo tengo clasificado en la sección de populismos demagógicos que solo sirven, como se ha dicho muchas veces, para ofrecer soluciones simples -y falsas- para problemas complejos y con las que consuelan a una parte de la sociedad cansada de sofisticaciones morales impuestas por lo políticamente correcto. Creía tener que decirlo antes de entrar a analizar los muchos trabajos publicados con la intención -benéfica supongo- de proteger a la sociedad de una formación política que se contempla frecuentemente como una amenaza para nuestra libertad y es arrumbada a la misma categoría de apestados en la que ponemos a otros partidos que existen también en Europa y se caracterizan por diferentes grados de alergia a la democracia. A juzgar por lo que yo he visto hasta ahora no puedo decir si se trata o no de un partido "antidemócrata" como lo definía mi amiga Cristina Monge en su análisis de esta semana en "infoLibre", porque no ha sucedido nada de lo que podamos inferir indudablemente que su objetivo es implantar una dictadura. Por ahora, lo único que puedo constatar es que aceptan las reglas electorales y cumplen formalmente todos los preceptos necesarios para presentarse a las elecciones, lo que no les impide tener un discurso tan cortante que permite mantener cautelas acerca de lo que podrían llegar a hacer en el hipotético caso de que llegasen a ejercer el poder.

Lo que me llama la atención de estos análisis es que si desnudamos el discurso preventivo que se ha construido contra esta formación lo único en lo que se puede distinguir de la consideración hacia otros grupos políticos conocidos ante los que creo que la democracia española también debería generar anticuerpos es que Vox se encuentra en la extrema derecha. Nada más. Hay muchos partidos políticos que también son legales, que utilizan igualmente el nacionalismo (aunque sean nacionalismos periféricos), que presumen abiertamente de tener una visión propia y limitada de los principios democráticos, que pregonan en voz alta que su objetivo es destruir el régimen constitucional del 78 y cuyos diputados toman posesión de sus escaños con la promesa explícita de desobedecer las leyes en las que este se sostiene. A diferencia de Vox, esos partidos son perfectamente "frecuentables" y moralmente considerados como dignos de existir y ser escuchados, sobre todo cuando se proclaman "antifascistas". Aún diría más, hay un partido político que está en el Gobierno a pesar de que jamás ha ocultado su devoción por ciertas dictaduras bien conocidas que están en las antípodas de una democracia liberal como la nuestra, y al que sin embargo se tiene como digno de proponer un discurso propio como si fuera mayoritario. Habrán adivinado que me refiero a Podemos cuyo máximo dirigente acaba de decir nada menos que le parece que España no es una democracia. Me pregunto si Pablo Iglesias era consciente cuando lo dijo que semejante barbaridad hace de él cómplice de una supuesta dictadura. No hablo de la coherencia entre sus admitidos principios éticos que viajaron con una rapidez inusitada de un apartamento modesto en Vallecas a un chalet con piscina en Galapagar, sino de que él, que ha jurado lealtad a la Constitución, se dedica a hacer todo lo que puede desde las instituciones en las que ejerce su influencia para destruir el régimen democrático desde dentro y eso -que son hechos y no suposiciones- no despierta ninguna señal de alarma. Tampoco me parece muy constitucional la reivindicación de ERC en favor de unos hechos que el Tribunal Supremo ha calificado como delictivos y su insistencia en expulsar de Cataluña o negarles su condición de ciudadanos a todos los que no quieren ser nacionalistas y prefieren respetar la Constitución española. En cuanto a Bildu, ahora mismo el comodín preferido del Gobierno de Pedro Sánchez, de Pablo Iglesias y de ERC, no hace falta recordar que se trata de un partido en cuya esencia está la negación absoluta de la democracia y que se ha construido a partir de una banda terrorista que solucionaba la disidencia con un tiro en la nuca. En mi opinión, decir que Bildu es un partido normal porque ETA ha dejado de matar y al mismo tiempo condenar a Vox al ostracismo moral por las intenciones que atribuimos a sus dirigentes, es una perfecta contradicción. Cuando en la Cataluña profunda sus candidatos son atacados con violencia, donde yo veo problemas con la democracia es en los que acosan a Vox, no al revés. En fin, al final, del artículo de mi querida amiga me guardo una de sus recomendaciones respecto a lo que habría que hacer con Vox, que es "no jugar con ellos dándoles jabón para, de paso, debilitar a tu adversario", que es precisamente lo que hace continuamente Pedro Sánchez, porque sabe que Vox es la mejor garantía que tiene para mantener al PP en la oposición.