Opinión
Por
  • Diario del Altoaragón

La segunda Semana Santa en pandemia

Pierde la fe, pierde la religiosidad, pierde la sociedad, pierde la economía. Y todo porque la salud pública sigue resquebrajada. Las diócesis altoaragonesas han anunciado la suspensión de los actos públicos de la Semana Santa. Los penitentes pierden de esta manera toda esperanza de procesionar, como los feligreses que se agolpaban en las aceras para completar el desfile y también los muchos visitantes que acudían para apreciar una de las manifestaciones más arraigadas de la cultura altoaragonesa. El prelado de Huesca y Jaca aludía a las previsiones para los próximos meses explicadas por las autoridades civiles y sanitarias. Similar argumento al del jerarca de Barbastro-Monzón, en sintonía en ambos casos con las diócesis de la comunidad autónoma. No implica la anulación total de las liturgias y otros cultos que quedarán, eso sí, a expensas de la evolución sanitaria.

El perezoso ritmo en la vacunación ha desbaratado sustancialmente el ánimo del que se habían impregnado los españoles, como en buena parte del mundo, cuando el 27 de diciembre se inyectaron las primeras dosis, con bombo y platillo, propaganda que no ha sido sucedida por la eficacia que cabe exigir a las administraciones, comenzando por la europea y siguiendo por el gobierno español. La propia presidenta de la Comisión Europea reconoció que a la gestión comunitaria le han acompañado tanto el exceso de confianza como la escasez de eficiencia, de modo que son muchos los países extracomunitarios que galopan mientras el proceso avanza cansinamente dentro de la Unión. La suspensión de la Semana Santa, más allá del aspecto confesional, constituye un nuevo varapalo a una actividad que, más allá de algunos prejuicios ridículos, caracteriza a nuestro país por su competitividad, como es el turismo. Tendrán que rezar los empresarios.