Opinión
Por
  • FERNANDO JÁUREGUI

“Ser independentista es ser retrógrado”

Artur Mas, el hombre que en 2012 quiso convertirse en el "padre" de la independencia catalana, me dijo un día de 2010, ambos en su desaparecido despacho de la desaparecida sede de la desaparecida Convergencia Democrática de Catalunya: "ser independentista es ser retrógrado". Textual, porque no he podido olvidar esa frase que evidencia muchas de las cosas difícilmente explicables que han ocurrido en Cataluña -y en el resto de España, claro- en una década: desde Mas, otros tres presidentes han desfilado caóticamente por la Generalitat y acaso -solo acaso- un cuarto pase a engrosar la lista en los próximos días, tras las elecciones más esperpénticas que yo recuerde haber contemplado, las de este domingo.

Desde luego, he tenido oportunidad de recordarle a Mas aquella frase, que tanto contrasta con la que fue luego su trayectoria al frente de la Generalitat y cuando dejó paso después a un personaje tan inesperado, desconcertante, como el hoy fugitivo y europarlamentario Carles Puigdemont. ¿Por qué un viraje tan considerable? Pues porque, por dos veces, Mas, me dijo, se sintió engañado por Zapatero, que le prometió que el líder de la formación más votada sería quien presidiría la Generalitat. Y luego, sin embargo, pese a que CDC fue quien obtuvo más votos, fueron dos socialistas, Maragall y Montilla, quienes, al frente de tripartitos, se hicieron con el sillón en la plaza de Sant Jaume tras las dos elecciones sucesivas. A partir de ahí, en la política catalana ha ocurrido de todo: desde procurar tapar con la bandera estelada la enorme corrupción del "padre de la patria" Jordi Pujol (y de toda una clase política) a la pretendida declaración de independencia de octubre de 2017, una independencia que duró exactamente un minuto y cuarto.0

Aquel 27 de octubre, Puigdemont podría haber dado un giro histórico a la desventurada historia política catalana, convocando elecciones -estuvo a punto de hacerlo e incluso organizó una rueda de prensa para anunciarlo- en lugar de, acobardado porque le llamaban "botifler" los más extremistas del secesionismo, declarar una efímera e imposible independencia. Y pasó lo que pasó: hay cientos de libros narrando desde diversas perspectivas, algunas totalmente falsificadas, todo aquello que la Historia depurará. Y así, a trompicones, hemos llegado a estas elecciones en las que han brillado como estrellas en el firmamento incendiado los cabecillas de aquel golpe que llevaban tres años encarcelados y cuyo futuro penitenciario nadie podría hoy predecir con exactitud. Unas elecciones sobre las que, cuando escribo este comentario, todavía pesa la incertidumbre acerca de cuántas mesas electorales no podrán constituirse. Y cuyo resultado es tan incierto que en este momento las apuestas favorecen más una posible repetición de estos comicios que una neta victoria de las dos formaciones independentistas que ayer eran enemigas acérrimas y hoy se presentan como futuras aliadas para impulsar un "procés" que saben que nunca culminará con éxito. Pero que, eso sí, seguirá provocando inestabilidad sin cuento, vetos y guerras políticos y perjuicios para los catalanes (y para el resto de los españoles).

Mal asunto cuando una campaña electoral se desarrolla en medio de un debate sobre el grado de democracia de un país --¡¡debate impulsado por un sector del propio Gobierno central!!-- o sobre si hay que cumplir leyes penales en torno a los políticos presos, porque, en el fondo, España carece de una legislación adecuada para defender al Estado. De hecho, la rechifla sobre esa legislación afecta incluso a detalles como saltarse a la torera la por otra parte absurda prohibición de publicar sondeos en los últimos cinco días de campaña. Todo, o casi todo, ha sido un despropósito, comenzando por la fecha de votación en plena pandemia, que obligará a los componentes de las mesas electorales -bueno, a los aparezcan- a enfundarse un traje espacial para prevenir contagios de coronavirus: ya verán mañana las fotografías, ya... Y sí, todo nació cuando Mas, un personaje mesiánico, sin duda carismático, ególatra hasta el tuétano, empeñado en tapar las, ejem, apropiaciones indebidas de una familia, decidió de pronto, contrariado por las evidentes meteduras de pata "de Madrid" cambiar sus propuestas: de pronto, lo retrógrado no era ser independentista ---enos de un veinte por ciento de los catalanes decían serlo hace once años; en 2020 eran casi la mitad-- . Por lo visto, ahora lo retrógrado es ser constitucionalista. Dos Cataluñas frente al abismo. Y solo Salvador Illa, la verdad, con todos los claroscuros del personaje, se sitúa en la cuerda floja entre las dos orillas, en el centro de la tormenta, quién sabe si para ser engullido antes por ella. Porque tormenta haberla hayla, como las meigas, y más que habrá...