Opinión
Por
  • FERNANDO JÁUREGUI

Con la que está cayendo, y llega Pablo Hasél

Con la que está cayendo, y llega Pablo Hasél
Con la que está cayendo, y llega Pablo Hasél

Alguien como Pablo Hasél, cuyas virtudes musicales y literarias conozco un poco y valoro menos, se encarama a los titulares de los periódicos, con la que está cayendo en Cataluña. Desde luego, en el resto de España, me resulta sintomático. Su enésima condena, esta vez a nueve meses de prisión, se hizo realidad en la mañana de este martes, cuando los "mossos d"Escuadra" le desalojaron a la fuerza del rectorado de la Universidad de Lleida, donde se había hecho fuerte secundado por unas decenas de seguidores, que, junto con varios periodistas (era noticia, ya ven), pasaron la noche encerrados en el recinto acompañando al "rapero".

Mientras, Cataluña ardía en discusiones, de momento estériles, acerca de qué pactos de partidos podrían llegar a la constitución de un Govern, independentista o no tanto, y el nombramiento de un nuevo, o no tanto, president de la Generalitat. Y, sin embargo, los titulares, durante horas digitales, se los llevó el señor Rivadulla, alias Hasél. ¿Será esa otra de las anomalías democráticas que de manera tan impertinente se permite denunciar alguien desde una vicepresidencia del Gobierno?

Vaya por delante que preferiría que el artista -vamos a llamarlo así- permaneciese fuera de las rejas de la cárcel, en lugar de convertirse, para un sector de esta incomprensible sociedad nuestra, en un mártir de la libertad de expresión. Aborrezco la trayectoria y las cosas que canta Hasél, pero, como decía Voltaire, daría la vida para que siga cantándolas libremente. Allá él si se considera que lo que hace es apología del terrorismo o injurias al jefe del Estado: a mí me parece más bien un empobrecimiento del arte y de la convivencia y un abuso de las libertades que, pese a todo, debe garantizar un Estado democrático.

Además, los delitos por los que fue condenado pueden dejarse de serlo, o serlo muy atenuados, dentro de poco, a tenor de la proposición de ley presentada en las Cortes por uno de los dos sectores en los que se fragmenta este Gobierno. Y entonces el bardo saldrá de la cárcel triunfante, aireando el victimismo con el que le galardona esta detención, a mi juicio errónea. Lo de Hasél, como la decisión de la Fiscalía de que los presos del "procés" vuelvan a prisión tras campar estelarmente por los mítines electorales, evidencia de nuevo la confusión en la que se mueven los cauces judiciales españoles, entre la permisividad excesiva y el rigor extemporáneo.

O tome usted, si quiere más ejemplos en un muy diferente plano, el caso de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, absuelta por falta de pruebas en el caso de la presunta falsificación de su "master", tras un inmerecido revuelo mediático, al tiempo que una asesora suya era condenada a tres años de reclusión por haber colaborado con ella; he tratado de entender esta aparente contradicción togada, palabra, y no lo he logrado.

Acaso, una vez que consigamos desembarazarnos de lo efímero, habríamos de dedicarnos a reconstruir una legislación que fortalezca el Estado (y a la Jefatura del mismo), repare deficiencias en el Código Penal (como la confusión entre sedición y rebelión) y modernice algunos códigos, incluyendo la propia Constitución, cuya reforma pactada -para evitar males mayores- deberían acordar las principales fuerzas políticas. Todo ello, en aras de reafirmar una seguridad jurídica que ahora parece hallarse en manos de la interpretación de una Fiscalía que se proveyó de manera polémica (de aquel nombramiento vienen no pocos males), de la dualidad en el seno del Ejecutivo y de una gobernación de los jueces que hace más de dos años que funciona habiendo sobrepasado su mandato legal. Me dirá usted que nada de eso, al parecer tan importante, tiene que ver con el "caso Hasél" o con el "affaire" Cifuentes. Y yo, la verdad, creo que sí, que lo del faltón Hasél, pongamos por caso, o lo de la desenvuelta Cifuentes, son las penúltimas piruetas de los vaivenes de las veletas judicial-políticas. Ya se sabe: se empieza proclamando independencias y se termina coreando las letras infames de un "rapero" sin talento.