Opinión
Por
  • ÓSCAR MORET (RESPONSABLE DEL SECTOR FRUTA DE UAGA-COAG EN LA PROVINCIA DE HUESCA)

Podredumbre

Así se titula la serie de Netflix, que narra las desigualdades, injusticias y miserias de la cadena de valor de los alimentos a nivel mundial. Mención especial merece el capítulo dedicado al chocolate, que narra cómo los campesinos de Costa de Marfil malviven en la pobreza, mientras en los sucesivos eslabones de la cadena del cacao se enriquecen las multinacionales convirtiéndolo en un alimento de lujo.

Esa podredumbre no es ajena al primer mundo y resulta todavía más fétida en un momento de crisis sanitaria, cuando los agricultores y ganaderos trabajan a precio de coste a pesar de ser un sector esencial, mientras la cadena de valor de los alimentos hace que los consumidores paguen incrementos de precio de hasta el 700% en productos de primera necesidad. Hay múltiples ejemplos: el ajo en origen se apaga a 0,81 euros/kilo y en destino a 5,95 €/kg, lo que supone un incremento del 635 %; la patata 0,13 €/kg en origen y 1,15 €/kg en destino, 785 % de incremento; la zanahoria de 0,18 €/kg en origen pasa a 1,10 €/kg en destino, se paga un 510 % más; el limón de 0,24 €/kg en origen a 2,05€/kg en destino, 764 % de incremento.

El sector alimentario tiene forma de reloj de arena: una parte superior amplia de productores, unos pocos comercializadores en medio que obtienen grandes beneficios, y una base más amplia aún de consumidores, que intentan llegar a fin de mes. El mundo rural produciendo a precio de coste, como un reloj de arena, trasvasa grano a grano su riqueza, y a sus jóvenes a las ciudades.

El mundo rural necesita de un sector primario que reparta riqueza, y no la concentre, para fijar población, y por tanto mantener servicios esenciales que lo hagan atractivo. Así los jóvenes se quedarán, nuevos habitantes podrán optar por trasladarse al mundo rural y se generarán oportunidades de negocio en otros sectores. La colaboración entre los actores de la cadena podría convertir el mercado de la alimentación en algo más justo, más sostenible, más atractivo.

Aquí también entra el reparto de la PAC para los verdaderos agricultores. En este momento de crisis sanitaria y social, los verdaderos productores han dado lo mejor de sí, abandonando sus justas reivindicaciones en la calle para centrarse en la producción de alimentos sanos y seguros en sus campos y granjas para alimentar un país paralizado por la pandemia. Han superado obstáculos como contagios, normas sanitarias poco adaptadas a la realidad o problemas de precios. Pero sobre todo, se han enfrentado a esa podredumbre moral, a pesar de la falta de liquidez y de futuro, dando un servicio a la sociedad.

Sin embargo, las reivindicaciones del sector cobran más valor en este momento, entorno a una soberanía alimentaria, a un sector primario estratégico, a que no se monopolice la producción ni la distribución de alimentos. Vemos cómo muchas materias primas, cereales e insumos necesarios para la producción de alimentos suben de precio consecuencia de la especulación, de la podredumbre que se ha adueñado de los mercados y que hace que importe más ganar dinero a toda costa que las personas… y no sólo se trata de los productores de cacao de Costa de Marfil y de sus hijos, también se trata de los agricultores en España y de sus hijos, de los consumidores de España y de sus hijos, todos pendientes de que la pandemia y las pérdidas no acaben con su trabajo.

Esa podredumbre hace que una patata tenga un precio de deshecho en un campo de Burgos, y que casi sea un lujo para una familia de Carabanchel; que una naranja se pudra en la huerta de Carlet porque es más caro cogerla que el precio para el agricultor; que las mejores cerezas de Albalate de Cinca pasen de largo de nuestro país y se vayan a Bruselas; que los chuletones de una granja de Monegros acaben como carne de albóndigas en un súper de Pamplona.

El mundo rural se muere lentamente, entre otras causas, por esa podredumbre.

El Estado tiene los instrumentos para parar ese implacable reloj de arena, aplicando la Ley de Proveedores para sacar al productor y a la Sociedad de esa indefensión. No es solo una reivindicación social, moral y ética, es una reivindicación por un mundo mejor, más justo... porque no se juega con las cosas de comer. Ayúdanos a parar esta podredumbre.