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Igualdad salarial, por práctica y por ética

Algunos de los más conspicuos referentes del pensamiento económico combinan los criterios prácticos con los éticos, que son perfectamente compatibles, para defender el buen desempeño en las empresas. Peter Drucker sostiene que la principal responsabilidad de las empresas es ganar dinero, que a su vez son las dos reglas de oro del escorzo de Warren Buffett para el buen empresario: no perder. Son muchos, además, los teóricos y los pragmáticos que sostienen que los buenos comportamientos desde las direcciones hasta los trabajadores representan fortalezas con las que optimizar la competitividad y la productividad. Fue, precisamente, uno de los argumentos ayer del Día de la Igualdad Salarial, que aunque parezca un anacronismo todavía lacera el mercado laboral. Es sumamente gráfico el dato: una mujer tiene que trabajar 53 días más que un hombre. Otro indicador para la reflexión: las mujeres cobran un 30 % menos que los hombres.

Las estimaciones sobre la perspectiva para la igualdad salarial son terribles sean cuales sean las fuentes, ya que aventuran que serán muchas décadas, un contrasentido en medio de la modernización de las sociedades y de nuevos paradigmas como la digitalización o el impulso a las vocaciones femeninas anteriormente poco arraigadas como las STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas).

Que las compañías, a través de la igualdad en las retribuciones, incrementarán su competitividad es un argumento tan irrefutable que ha de animar a los legisladores y a los agentes económicos y sociales a predicar y dar trigo. Pero es que, además del aspecto práctico, existe otro que nos mejorará a todos y, por tanto, nuestros rendimientos: nada provoca más orgullo de pertenencia que la justicia social y la equidad.

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