Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

La memoria

Felipe VI con representantes institucionales en el Congreso.
Felipe VI con representantes institucionales en el Congreso.
Agencia EFE

No estoy muy seguro de que haya sido una buena idea celebrar una ceremonia conmemorativa del 40 aniversario del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 sin la presencia de quien considero que fue su protagonista principal. La memoria es una capacidad intrínsecamente humana. Hay otras especies que pueden recordar cosas, pero los hombres somos los únicos que la utilizan para tener conciencia de sí mismos que es lo que llamamos experiencia y que usamos para proyectarnos hacia el futuro gracias a esa acumulación de conocimientos, que son los recuerdos. En 1981 yo era un simple soldado de reemplazo, soldado raso, destinado en Capitanía general de la III Región Militar con sede entonces en Valencia, y recuerdo perfectamente como fueron las cosas. Cuando tienes un fusil en la mano y delante hay un oficial que te está dando instrucciones para usarlo contra la población civil, se te pasan todas las ganas de reír. Y si hay algo que celebrar de lo que sucedió entonces no es desde luego la infamia de Tejero, Milans y compañía, sino la actitud firme e inequívoca del Rey Juan Carlos al pararles los pies y permitir que la democracia perviviera. Siendo tan poco partidario de la violencia, entonces llegué a planear cómo podría salir del país a toda costa para no verme implicado en un conflicto y no olvidaré mientras viva el inmenso alivio que sentí cuando escuché por la radio la inequívoca defensa del orden constitucional que hizo el monarca. Por eso me resulta doloroso constatar que el Rey Emérito está desterrado sin que le hayan dado siquiera la ocasión de defenderse y Tejero duerme tranquilamente en su casa.

Cuarenta años después solo podemos constatar que la democracia vuelve a estar gravemente amenazada como lo estuvo entonces, con la diferencia de que si entonces había una clara diferencia entre aquellos que la defendíamos y los que querían destruirla, ahora se ha instaurado una mixtificación venenosa en la que se difuminan deliberadamente los contornos de la verdad mientras se juega con los cimientos de las instituciones. Que siga estando en el Gobierno una fuerza política como Podemos, cuyo caudillo, Pablo Iglesias, se dedica a decir que España no es una democracia y que el 23 de febrero fue un montaje para salvar la Monarquía que demuestra el fracaso del régimen del 78, es algo que supera la ignominia. A mí me ofende personalmente y me demuestra que cuando habla de la “memoria histórica” para politizar hechos de hace más de 80 años y desprecia al mismo tiempo lo que pudimos ver millones de personas que aún podemos recordarlo, es porque no le interesa más que una cosa que es usar todo lo que se ponga en sus manos con el fin de destruir el sistema constitucional.

A Adolfo Suárez le escuché contar que no se quiso agachar cuando se lo pedían a tiros por no mancillar la figura institucional del presidente del Gobierno y lo que representa. Y siento vergüenza ajena por lo que hace ahora Pedro Sánchez consintiendo ofensas y dislates de su socio de coalición, que también se sienta en el banco azul, mientras ignora los ultrajes constantes de sus principales aliados, que precisamente con motivo de este aniversario se han cubierto de gloria exhibiendo en el Palacio de las Cortes su determinación de destruir la Constitución y al país que hemos heredado de siglos de historia común. Por eso mismo a mí ya me resulta insultante tener que ver al Gobierno de mi país sometido, de rodillas, ante esta piara de impresentables malévolos, mientras el grueso de la intelectualidad biempensante se dedica a mirar hacia otro lado. Ni siquiera cuando ven a esos jóvenes huérfanos de referencias morales que se dedican a incendiar las calles porque les han dicho que la libertad de expresión es eso, romper cosas.

Sánchez ha dicho que está satisfecho de la asociación con Podemos, que es un partido que tiene ya más frentes judiciales abiertos que el PP, y todo el coro de palmeros, dentro y fuera del PSOE lo asumen como si fuera verdad cuando todos los demás estamos oyendo hasta el ruido de las puñaladas que se asestan unos a otros. Está claro que la experiencia de asociarse con un partido anti sistema no empezó bien y terminará muy mal. No porque a Sánchez le vayan a hacer cambiar de opinión sus amigos, que no creo, sino porque vivimos una situación gravísima en la que la fortaleza de las instituciones es más necesaria aún que en 1981 y por desgracia sus defensores somos ahora menos numerosos. La pandemia nos ha hecho un agujero colosal en la economía que tardaremos como mínimo una década en recuperar y la sociedad se va a cansar de resistir porque es muy difícil mantener un pulso permanente contra alguien que detenta todos los asideros del poder y cuyo único objetivo es precisamente conservarlo a toda costa. Y, por cierto, para la próxima infamia que ronda el consejo de ministros, recordar - eso también es memoria- que fue un gobierno socialista el que indultó a los golpistas del 23-F. l