Opinión
Por
  • Javier García Antón

Cartas amarillas

Correos
Hay que cultivar el género epistolar.
D.A.

EN MI controvertido (por De Sola, Juderías y otras gentes madrugadoras de mal vivir de Aragón Radio) pero incontrovertible -por mío- gusto musical, sostengo aun a costa de torturas y otras brutalidades psicológicas que “Cartas amarillas” es la mejor canción de la historia de la música. Transijo, como toda concesión, a aceptar que sea de “mi historia con la música”.

Esta delicia de Nino Bravo -endemoniadamente difícil para el karaoke, eso sí- me ha acompañado en todas las encrucijadas vitales. En las buenas y en las tristes. “Mil te quiero, mil caricias, y una flor que entre dos hojas se durmió, y mis brazos vacíos se cerraban aferrándose a la nada, intentando detener mi juventud”.

No ya por rescatar a Correos, sino porque está en la esencia de nuestras tradiciones y nuestras vidas, debiéramos recuperar el género epistolar. Me llega una encuesta, de esas que mienten más que la gaceta, que asegura que el 89 % de los españoles desearía que se le declarasen a través de una carta postal. Claro, el sondeo es de una app de citas que, para colmo, propone escribir con los ojos en blanco y la pluma en ristre una composición amorosa, con el compromiso de que las mil mejores viajarán en el cohete Falcon9 de Space X desde noviembre durante seis meses. Esto es, la promesa de fidelidad eterna -o casi- recorrerá 100 millones de kilómetros.

Estoy por recomendar a mi querida Lina que desempolve los cientos que le envié en nuestro largo noviazgo, ya amarillas, para competir por el liderazgo del amor universal. Fui muy prolijo seguidor de Cervantes, que recomendaba en El Quijote, para las cortesías, mejor una carta de más que de menos. ¡Hala, lectora, lector! No se corte. Una misiva romántica al cónyuge al año no hace daño.